viernes, 26 de noviembre de 2021

EL HOMBRE DE LA CALLE (2ª PARTE)

Pasó una semana de lo ocurrido aquel día con el hombre de la calle y los adolescentes. Y el hombre aún no había vuelto, me temí lo peor. Así que, decidí llamar al hospital.

—Hospital La Cruz, ¿dígame?

—Buenos días. Llamaba para preguntar por el estado de un hombre que fue ingresado porque recibió una paliza fuerte hace una semana.

—Dígame el nombre del paciente, por favor.

—Disculpe, no lo sé.

—Si no sabe su nombre, me temo que no podré ayudarla señora.

—Es un hombre alto y muy delgado. Vive en la calle —dije desesperadamente con tal de que me atendiera.

—Lo siento señora, pero sin nombre no puedo atenderla —dijo la joven al otro lado del teléfono y me colgó.

Mientras que en el hospital…

—Miriam, ¿te puedes creer que me ha llamado una señora preguntándome por un paciente sin nombre? —dijo la joven a su compañera al mismo tiempo que entornaba sus ojos —. Se trata del vagabundo que ingresó la semana pasada.

—¿Sería algún familiar?

—¿Qué va a ser un familiar, Miriam? No seas ingenua anda, esta gente que vive en la calle por algo será.

Miriam se quedó pensativa.

Aquel hombre seguía ingresado en estado muy grave, si alguien preguntaba por él tan malo no sería, ¿no?

Así que, Miriam aprovechó cuando su compañera se fue a almorzar para revisarle el teléfono y hacer una llamada.


Imagen de Google

—¿Si? —la voz de una mujer se escuchó al otro lado del teléfono.

—Buenos días, ¿con quién hablo?

—Con Luisa. ¿Y usted es?

—Mi nombre es Miriam, la llamo del Hospital La Cruz. Me consta que usted ha llamado antes para preguntar por un paciente.

—¿Sabe usted algo?

—Sí y debe prometerme que no hablará con nadie sobre esta conversación que estamos teniendo.

—¡Por supuesto! Puede quedarse tranquila.

—El paciente, sigue ingresado en estado grave. Por el momento, se encuentra en la UVI en la cama número 235. Si quiere puede venir a verlo en los horarios establecidos por el hospital. Y por favor, si alguien le pregunta si son familiares, diga que es su hija.

—De acuerdo. ¡Muchísimas gracias!

Después, la llamada se cortó en seco.

Decidí visitarlo aquella misma tarde, sentía la necesidad de estar junto a él y ayudarlo. No tenía a nadie y en esos momentos tan difíciles necesitaba más que nadie un apoyo.

Al llegar al hospital, entré decidida y con seguridad. Por suerte, nadie me preguntó. Al llegar a la UVI busqué su cama, ¡la encontré! Estaba junto a la ventana.

Allí estaba él, dormido. Lo tenían sedado porque los dolores eran insoportables y tenía dos vías que le proporcionaban calmantes y suero.
No pude  evitar sentir lástima y pena por él, allí estaba tan débil e indefenso. Era buen hombre y no se lo merecía. A menudo, la vida me resultaba muy injusta.

Me senté a su lado y le cogí la mano.


Imagen de Google

Y así hice durante todos los días que estuvo ingresado.

Las enfermeras se mostraban optimistas y esperanzadas ya que había evolucionado favorablemente en estos últimos días.

—¡Enhorabuena Luisa, tus visitas le están haciendo mucho bien! —me dijo una de las  enfermeras.

Tanto que decidieron reducirle la sedación hasta quitársela por completo y ver así como reaccionaba.

Y así fue como un día que fui a visitarlo de nuevo, me senté a su lado, le cogí de la mano como era habitual y… ¡abrió los ojos!

Me miró fijamente con una mirada perdida que penetró muy dentro de mí provocándome un discreto escalofrío.

—¡Hola! ¿Cómo estás? —le pregunté.

Tardó en contestar. Lo hizo cuando yo le sonreí feliz por verlo despierto de nuevo.

—¡Hija mía! —me dijo.

Escrito por: Yolanda Martínez Duarte.

jueves, 25 de noviembre de 2021

EL HOMBRE DE LA CALLE (1ª PARTE)

Miré por la ventana y allí estaba como cada noche, acurrucado sobre un cartón y con su querida manta, una manta vieja y llena de agujeros. Para él tenía mucho valor y ¡eran inseparables!

Hacía quince días que había llegado al barrio. Por su aspecto, parecía mayor. Se trataba de un hombre alto y muy delgado, su rostro estaba pálido y demacrado, sus ojos hundidos junto con unas ojeras muy pronunciadas daban lugar a una mirada profunda, apagada y triste. Por su aspecto, podía reflejarse que la vida no lo había tratado bien. 


Imagen de Google

Me rompía el corazón verlo allí tan indefenso. Así que un día, decidí ayudarlo. Se mostraba desconfiado y su mirada aterrada no me permitía acercarme demasiado. Así que, cada mañana guardando la distancia y respetando así sus miedos, le dejaba una barra de pan y un táper con comida.

Y así fue como con el paso de los días, me fui ganando su confianza y aquella mirada aterrada empezó a mirarme de otra manera.

Aún recuerdo la primera palabra que me dijo muy bajito y con prudencia.

—¡Gracias!

Fue después de dejarle una bolsa con un par de pantalones y jerséis que mi marido ya no usaba.

Poco a poco, se iba abriendo cada vez más y la vida empezaba a sonreírle, recuperando así las ganas de vivir y una pequeña ilusión que empezaba a aflorar dentro de si mismo.

Pero, dos años después, ocurrió algo horroroso. Como siempre solía hacer después de almorzar, miré por la ventana y mis piernas empezaron a temblar al ver la escena. Tres adolescentes se encararon al hombre de la calle propinándole una buena paliza, sin motivo aparente, únicamente por estar durmiendo en la calle.

—¡Eres un parásito en esta sociedad! ¡Muerto es como deberías estar! —lo menospreciaban los adolescentes al mismo tiempo que le pegaban.

Llamé a la policía y sin pensármelo dos veces bajé corriendo a espantar a aquellos niñatos. 

En cuanto me vieron salir por la portería gritándoles, salieron corriendo dejando al hombre ensangrentado y con la cara toda inflada. Lo cogí de las manos y le dije:

—Te pondrás bien.

Y en ese mismo momento, cogí el móvil y llamé a una ambulancia para que pudieran atenderlo, pues estaba muy grave.

La policía aún no había llegado, cuando sí lo hizo la ambulancia y se llevó al hombre herido hacia el Hospital a gran velocidad y con la sirena en marcha.

Escrito por: Yolanda Martínez Duarte.

lunes, 15 de noviembre de 2021

ANÉCDOTAS DE LA VIDA

Hoy, me he propuesto escribir algo diferente. Me apetecía explicaros unas de esas anécdotas curiosas que nos pasan a veces en la vida y aquí está. ¡Espero que os guste y os haga reír un rato!

YO Y MI ESPONTANEIDAD

Quienes somos espontáneos, a menudo metemos la pata y vivimos situaciones bochornosas.

¿Os ha pasado alguna vez que habéis dicho algo sin pensar en la situación o momento menos apropiado?

A mi sí y muchas veces. Pero hoy os hablaré de una situación que recuerdo perfectamente y que a primera vista os hará reír pero luego, en frío pensaréis "Uff, ¡qué mal!"

Era un día que estaba en el tanatorio porque un familiar había fallecido, se trataba de una persona mayor. 
Normalmente, en estas situaciones son protagonistas: la tristeza y la seriedad. Pero siempre hay un pequeño paréntesis para algún momento de alegría y risas recordando cosas buenas y anécdotas del difunto, ¿verdad?

Pues eso ocurrió, apareció uno de esos momentos de risas y bromas. Uno de mis familiares, me dijo algo para que diera mi opinión ante algo en concreto que podía ser "peliagudo" o delicado decir y yo para salirme de la situación y no tener que mojarme dando respuesta alguna, dije espontáneamente y sin pensarlo demasiado:

—Ya me has pasado el muerto a mi, ¿no?

Todos se quedaron en silencio y me miraron. Primero, pensé "¿qué ha pasado?" sin ser consciente de que mi comentario era totalmente incompatible con la situación en la que nos encontrábamos. Entonces, ¡me di cuenta! Y dije un:

—¡Lo siento! Lo he dicho espontáneamente sin pensar que...

Me puse roja como un tomate y luego todos se echaron a reír.

Pensé:

"Bueno al menos mi metedura de pata ha hecho reír a las personas en un momento tan difícil como éste"

Pero aún así, no podéis llegar a imaginar lo mal que me sentí por meter la pata de esa manera.

Y aunque, cada día me propongo: no ser tan espontanea, tan natural y pensar las cosas antes de decirlas. ¡Es inevitable!

Porque, cuando uno es de una condición eso no se puede cambiar y en parte, me alegro de que así sea porque entonces, ya no seríamos nosotros mismos, ¿verdad?
Perderíamos nuestra esencia, aquella que nos hace diferentes los unos de los otros.

Cuéntame, ¿tu también has vivido situaciones bochornosas como la mía?

Escrito por: Yolanda Martínez Duarte.


miércoles, 10 de noviembre de 2021

REFLEXIÓN: ¿PUEDEN UN HOMBRE Y UNA MUJER SER AMIGOS?



En mi reflexión de hoy, os planteo la siguiente cuestión: ¿Pueden un hombre y una mujer ser amigos?

Soy consciente, del gran debate que se puede formar a partir de esta pregunta. ¿Por qué? Porque a pesar de que vivimos en una sociedad muy avanzada y evolucionada en muchos aspectos, el ser humano aún no está del todo preparado para aceptar que entre un hombre y una mujer pueda haber únicamente AMISTAD.

Por suerte, existimos una minoría que defendemos que sí es posible.

Incluso, me atrevería a decir, que este tipo de amistad puede llegar a ser más sincera y aportar: conocimientos, aprendizajes, sensaciones y puntos de vista nuevos. ¿Por qué? Porque pienso, que al tratarse de dos personas de diferente género tienen criterios y puntos de vista totalmente diferentes con lo que puede ayudarnos a comprender cosas del otro género que en ocasiones no entenderíamos por mucho que quisiéramos.

Además, al ser diferente género, no existe esa envidia o esa rivalidad que podría darse en una amistad de sólo mujeres o sólo hombres. ¡Es inevitable y naturaleza del ser humano!

Una amistad de éste tipo, también puede ayudar a comprender mejor a la pareja en esos momentos que te resulta complicadísimo hacerlo. ¿Por qué? Porque al hablar con tu amigo/a de género diferente te dará consejos que te ayudarán a solucionar esos pequeños conflictos de pareja.

Por otro lado, será necesario dejar muy claro desde el principio qué intenciones tiene cada uno para que esa amistad funcione y no lleve a confusión en algún momento a ninguna de las dos personas.  Una vez aclarado esto, no debería haber ningún problema para iniciar una amistad sana y sincera.

El problema está, cuando al pasar tanto tiempo juntos, una de las dos personas empieza a confundir sus propios sentimientos y todo aquel feeling y aprecio que sentía en  un principio se transforma en amor. ¿Qué pasará entonces?

Pasará, que esa persona empezará a mal interpretar los gestos de su amigo/a y les dará otro sentido diferente al que le estaba dando hasta ahora. 

Llegados a este punto, pueden pasar dos cosas:

1. Que esa amistad se pierda para siempre al sentir la persona un rechazo ante el nuevo comportamiento de su amigo/a enamorado/a.

2. Que la amistad se convierta en una relación amorosa estable basada en la complicidad y confianza que se tienen al conocerse tantísimo.

Son dos situaciones totalmente diferentes, ¿cierto?

Seguro que a lo largo de tu vida has conocido a personas que hayan pasado por ello. Podría ser: aquellos amigos de la escuela que eran amigos desde niños y en la adolescencia se hicieron novios, aquella compañera de trabajo que dice tener muchos amigos porque se lleva mejor con los hombres que con las mujeres, aquella amiga que tiene un amigo de la infancia en el pueblo con el que habla de todo sin tapujos.

Incluso, seguro que tu mismo/a has tenido o tienes un amigo de género diferente. Cuéntame, ¿Qué tal la experiencia? ¿te aporta más que una amistad del mismo género? ¿te hace reír más? ¿Cómo te sientes cuando estás con él/ella?

Sigamos reflexionando juntos...

Escrito por: Yolanda Martínez Duarte

jueves, 4 de noviembre de 2021

EL BOMBERO QUE DIBUJA SONRISAS

Mi nombre es David, tengo doce años y desde que era bien pequeño sueño con ser bombero. Pero, no un bombero normal y corriente, no. ¡Quiero ser un bombero que dibuje sonrisas!

Todo empezó, cuando tenía tres años y mis abuelos me regalaron un camión de bomberos de juguete. Jugaba horas y horas con él e inventaba mil historias. Me divertía tanto que pensé:

"¿Y porqué no ser bombero?"

Y así fue, un día lo hice público en clase cuando hablábamos con la profesora sobre ser adultos y trabajar. Nos fue preguntando uno por uno qué queríamos ser de mayores. Cuando me tocó mi turno, contesté enseguida:

—Yo quiero ser un bombero que dibuje sonrisas.

Por supuesto, los compañeros se rieron de mí. Pero, no les eché cuenta al menos yo sabía lo que quería hacer con mi vida, muchos de ellos ni eso.

—Me parece muy interesante. Estoy segura de que lo lograrás —contestó la profesora.

Aquella misma noche, antes de dormir leía un cuento de aventuras pero estaba taaaan cansado que me quedé dormido sobre el libro y entonces... ¡Ocurrió!

Soñé que era adulto y... ¡bombero!

Estaba trabajando junto a mis compañeros. 

Aquella tarde, el teléfono no paraba de sonar, teníamos muchos servicios que hacer.

Primero acudimos a un parque donde había una abuelita llorando desconsoladamente.

—¡He perdido a mi gato!

—¿Cómo se llama? —le pregunté.

—Lino, se llama Lino.

—No se preocupe, ¡lo encontraremos!

Mis compañeros empezaron a buscar por la zona llamándolo. Mientras, yo preparaba un camino de latas de atún y otro de ovillos de lana que estaban unidos entre si por un hilo largo.

Pasó un buen rato hasta que Lino apareció y se cogió a uno de los ovillos y justo en ese momento tiré del hilo muy despacio acercando el gato a su dueña. Éste me miró sorprendido con unos ojos graaandes y entonces la abuelita sonrió y cogió a su gato feliz.


—¡Muchas gracias por encontrar a Lino! —nos dijo la señora.

Y justo en ese momento, vimos a un niño que corría descalzo por la calle como si estuviera huyendo de alguien. Parecía llevar algo escondido bajo sus ropas.

Uno de mis compañeros, el más rápido de todos, logró cogerlo en brazos y traerlo al camión y lo sentó en uno de nuestros asientos. El niño estaba muy asustado.

—¿Cómo te llamas? —le pregunté. 

Pero el pequeño permaneció en silencio.

—¿Qué te pasa? ¿Estás bien? ¿Te perseguía alguien? —le pregunté de nuevo.

Pero seguía sin contestarme.

—¿Qué escondes ahí abajo? —le preguntó uno de mis compañeros.

El niño, sacó las manos de debajo de sus ropas y entonces nos lo mostró. ¡Se trataba de un bollito de pan y una tableta de chocolate! 

—¡Tenía hambre! —habló por fin el pequeño.

—Pero, sabes que no está bien robar, ¿verdad? Tendrías que habérselo pedido a tus padres —le dije.

—No tengo padres.

Después de decir esto, bajó la mirada triste y una lágrima recorría sus mejillas.

Y en ese momento, todos nos estremecimos de dolor. Se trataba de un niño huérfano y por lo visto vivía en la calle.

—¡Pues a partir de ahora tendrás cinco padres! ¿Qué te parece? —le propuse señalando a mis compañeros y poniéndole mi casco de bombero.

Fue entonces cuando el pequeño sonrió y sus ojos se llenaron de luz e ilusión.

Cuando volvíamos al parque de bomberos, encontramos una mujer que empujaba el carro de la compra con dificultad, cojeaba parecía que tenía daño en las piernas.


Decidí bajarme del camión. Lucas, el niño que habíamos encontrado antes y que por fin nos había dicho su nombre, decidió venir conmigo.

—¡Lucas esa mujer necesita nuestra ayuda! Cogeremos su carro y la ayudaremos a llegar a su casa, ¿vale? 

El pequeño asintió con la cabeza.

—¡Hola señora! Déjenos ayudarla por favor —le propuse.

Pero, la señora nos miró desconfiada.

—No hace falta si vivo allí mismo —dijo señalando una casita de color rosa que se veía a lo lejos.

El niño, cogió su carro y yo la cogí del brazo y bromeando le dije:

—Paseemos como si fuéramos novios.

—Ya me hubiera gustado en mi juventud tener un caballero como usted —dijo sonriendo y sonrojada.

Al llegar a su casa, la mujer nos ofreció galletas hechas por ella misma. A Lucas le encantaron, no pudo esperar a compartirlas con el resto de compañeros que nos esperaban en el camión.

Al despedirme de la mujer, la abracé fuerte y le susurré en el oído:

—Cuídese esas piernas. ¡La necesitamos en buen estado para que siga preparándonos más galletas como éstas!

Ella sonrió de oreja a oreja feliz por sentirse tan importante y útil, aunque fuese sólo por ese instante.

Después volvimos al camión junto al resto de compañeros.

Pero...De pronto, ¡alguien me despertó e interrumpió mi sueño!

—David, ¡te has quedado dormido sobre el cuento! Ponte cómodo y descansa que mañana hay que ir a la Escuela.

Decía mi madre al mismo tiempo que dejaba el libro sobre mi mesita de noche. Después, me dio un beso de buenas noches y me dijo:

—¡Estoy muy orgullosa de ti! ¡Llegarás a ser un gran bombero!

—¡Un gran bombero que dibuje sonrisas! no lo olvides mamá, eso es lo más importante —dije entusiasmado.

—¡Cierto! Ayudar a las personas está muy bien pero compartir con ellas tu felicidad, está aún mejor hijo mío. ¡Tienes un gran corazón!

—Gracias mamá.

Y pocos minutos después, me quedé dormido de nuevo con la ilusión de seguir soñando... 

Escrito por: Yolanda Martínez Duarte.



LUKA, CARLOTA Y UN PROYECTO DE VIDA EN COMÚN (micro relato)

Imagen de Google Tras una semana ajetreadísima, Luka y Carlota consiguieron hacer un hueco para tomar un café juntos. El reencuentro fue de ...