Pasó una semana de lo ocurrido aquel día con el hombre de la calle y los adolescentes. Y el hombre aún no había vuelto, me temí lo peor. Así que, decidí llamar al hospital.
—Hospital La Cruz, ¿dígame?
—Buenos días. Llamaba para preguntar por el estado de un
hombre que fue ingresado porque recibió una paliza fuerte hace una semana.
—Dígame el nombre del paciente, por favor.
—Disculpe, no lo sé.
—Si no sabe su nombre, me temo que no podré ayudarla
señora.
—Es un hombre alto y muy delgado. Vive en la calle —dije
desesperadamente con tal de que me atendiera.
—Lo siento señora, pero sin nombre no puedo atenderla —dijo
la joven al otro lado del teléfono y me colgó.
Mientras que en el hospital…
—Miriam, ¿te puedes creer que me ha llamado una señora
preguntándome por un paciente sin nombre? —dijo la joven a su compañera al
mismo tiempo que entornaba sus ojos —. Se trata del vagabundo que ingresó la
semana pasada.
—¿Sería algún familiar?
—¿Qué va a ser un familiar, Miriam? No seas ingenua anda,
esta gente que vive en la calle por algo será.
Miriam se quedó pensativa.
Aquel hombre seguía ingresado en estado muy grave, si
alguien preguntaba por él tan malo no sería, ¿no?
Así que, Miriam aprovechó cuando su compañera se fue a
almorzar para revisarle el teléfono y hacer una llamada.
—¿Si? —la voz de una mujer se escuchó al otro lado del
teléfono.
—Buenos días, ¿con quién hablo?
—Con Luisa. ¿Y usted es?
—Mi nombre es Miriam, la llamo del Hospital La Cruz. Me
consta que usted ha llamado antes para preguntar por un paciente.
—¿Sabe usted algo?
—Sí y debe prometerme que no hablará con nadie sobre esta
conversación que estamos teniendo.
—¡Por supuesto! Puede quedarse tranquila.
—El paciente, sigue ingresado en estado grave. Por el
momento, se encuentra en la UVI en la cama número 235. Si quiere puede venir a
verlo en los horarios establecidos por el hospital. Y por favor, si alguien le
pregunta si son familiares, diga que es su hija.
—De acuerdo. ¡Muchísimas gracias!
Después, la llamada se cortó en seco.
Decidí visitarlo aquella misma tarde, sentía la necesidad
de estar junto a él y ayudarlo. No tenía a nadie y en esos momentos tan difíciles
necesitaba más que nadie un apoyo.
Al llegar al hospital, entré decidida y con seguridad. Por
suerte, nadie me preguntó. Al llegar a la UVI busqué su cama, ¡la encontré! Estaba
junto a la ventana.
Allí estaba él, dormido. Lo tenían sedado porque los
dolores eran insoportables y tenía dos vías que le proporcionaban calmantes y
suero.
No pude evitar sentir lástima y pena por
él, allí estaba tan débil e indefenso. Era buen hombre y no se lo merecía. A
menudo, la vida me resultaba muy injusta.
Me senté a su lado y le cogí la mano.
Y así hice durante todos los días que estuvo ingresado.
Las enfermeras se mostraban optimistas y esperanzadas ya
que había evolucionado favorablemente en estos últimos días.
—¡Enhorabuena Luisa, tus visitas le están haciendo mucho
bien! —me dijo una de las enfermeras.
Tanto que decidieron reducirle la sedación hasta quitársela
por completo y ver así como reaccionaba.
Y así fue como un día que fui a visitarlo de nuevo, me
senté a su lado, le cogí de la mano como era habitual y… ¡abrió los ojos!
Me miró fijamente con una mirada perdida que penetró muy
dentro de mí provocándome un discreto escalofrío.
—¡Hola! ¿Cómo estás? —le pregunté.
Tardó en contestar. Lo hizo cuando yo le sonreí feliz por
verlo despierto de nuevo.
—¡Hija mía! —me dijo.
Escrito por: Yolanda Martínez Duarte.
Sigue verdad?? Precioso
ResponderEliminarSiiiii, hay una tercera parte y habrá una cuarta también😉😊
EliminarWow con lagrimas en los ojos me tiene este relato, que sensibilidad. Suerte que aún quedan en el mundo personas buenas como Luisa o Miriam, con ganas de leer más jeje 😊🤗
ResponderEliminar¡Cierto! Estoy totalmente de acuerdo contigo😊 gracias una vez más por leerme. ¡Un abrazo!
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