miércoles, 23 de febrero de 2022

MANUELA (2a PARTE)

Pero, aquel día su padre se demoró más de lo habitual y Manuela estuvo un rato sola esperándolo.

Fue entonces, cuando apareció alguien, se trataba de un hombre de unos treinta y cinco años. Su forma de vestir llamaba la atención ya que era muy diferente al del resto de personas. Iba vestido con: unos tejanos desgastados, una camisa roja con estampado floral y una americana amarilla. Además, llevaba también un maletín amarillo a juego con su americana. Sus andares eran firmes y seguros, demostraba ser una persona con una gran autoestima y confianza.

—¡Buenas tardes jovencita! —la saludó.

—¡Buenas tardes! —contestó tímida.

—Estoy buscando la Escuela de Arte —mostró un papel a Manuela, donde estaba anotada la dirección de la escuela —. Soy el nuevo profesor.

—Está por allí —la muchacha señaló hacia su derecha —. Siga todo recto y verá un edificio de color azul que hace esquina, esa es la escuela. Justo allí, coja la calle de la derecha y encontrará la entrada al edificio.


—Muchas gracias y muy amable —contestó el hombre y siguió las indicaciones que le había dado la joven.

Ella, no pudo evitar seguirlo con la mirada hasta que desapareció.

—¡Qué hombre más curioso! —susurró.

A los pocos minutos, apareció su padre.

Al día siguiente, durante la clase de contabilidad, Manuela le preguntó a su amiga:

—¿Qué tal el nuevo profesor de Arte?

—Bien, pero... ¿Cómo sabes que tengo un profesor nuevo?

—Ayer, lo vi mientras esperaba que mi padre viniera a buscarme. Me pareció un poquitín estrafalario, la verdad.

—¡Y lo es! Pero, ¡es una bellísima persona! —afirmó Rocío.

—Me alegro. ¡Ojalá yo también pudiera hacer arte! —Manuela suspiró —. Las clases de labores del hogar son un aburrimiento.

—¿Y porque no intentas convencer a tus padres para que te las cambien por las clases de arte?

—¿Convencerlos? ¡Imposible!

Rocío se entristeció. Siempre había pensado que le encantaría tener a su amiga en las clases de arte y compartir juntas esa afición que tenían desde pequeñas. ¡Adoraban el mundo de los colores y las formas! Y... siempre, habían soñado con ser artistas. Aunque ambas sabían que ese sueño jamás sería posible habiendo nacido en aquellas familias.

Aquella misma noche, mientras cenaban en casa de Manuela...

—Papá, mamá. ¡Quiero apuntarme con Rocío a clases de arte!

—Anda Manuela, déjate de tonterías —decía su madre al tiempo que entornaba su mirada —. El arte no te servirá para nada cuando te cases y tengas que llevar adelante tu casa, tu marido e hijos.

—Sabéis que me gusta el arte desde que era una niña —insistió la joven.

—Con las clases de violín y labores del hogar tienes más que suficiente —dijo su padre sin dar opción a más debate.

Manuela, se levantó en silencio de la mesa y se fue a su habitación dejándose caer sobre la cama y refugiando sus lágrimas en la almohada. Lloró muchísimo hasta quedarse dormida al fin.


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Al día siguiente, Manuela se puso en pie de nuevo y como buena hija obedeció a sus padres y siguió con su rutina habitual. 

Y así pasaban sus días, contentando a sus padres y consumiéndose de tristeza, pena y rencor. Rencor hacia sus padres por no tenerla en cuenta y rencor también hacia si misma por no ser capaz de enfrentarse a ellos.

Como todas las tardes, mientras esperaba que su padre viniera a buscarla al finalizar sus clases, el profesor de arte pasaba por delante de ella, la saludaba con un ligero gesto de mano y un "hola" acompañado de una bonita sonrisa.

Sin embargo, aquella tarde fue diferente. Él se paró ante ella y le dijo:

—Esos luceros se apagan.

—¿Cómo? —preguntó la joven sin entender nada.

—Esos ojos azules tan bonitos que tienes y esa mirada tan llena de luz se están apagando —se acercó a ella y la cogió de la barbilla para observar su mirada con atención —. ¿Qué te pasa? ¿Estás enferma?

—No, estoy triste que es muchísimo peor —contestó la joven espontáneamente.

—Te iría bien pintar. ¡Los colores alegran el alma! —le propuso el profesor.

—¡Mi padre! —exclamó sobresaltada y salió corriendo alejándose de él.

—¡Ven un día a mis clases de arte! —le propuso él.

Ella se giró, le sonrió y se alejó cada vez más hasta subirse en el coche y desaparecer.

El profesor, permaneció de pie observándola hasta que se marchó.


Escrito por: Yolanda Martínez Duarte.


 


viernes, 18 de febrero de 2022

MANUELA (1ª PARTE)

Esta historia transcurre en las tierras de Granada. Manuela, su protagonista era una joven muy bonita de ojos azules y muy expresivos. ¡Tenía una mirada que encandilaba!

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Era hija única de un gran empresario, con lo que nunca le faltó de nada. Bueno, quizá sí le faltase algo muy importante... ¡LA LIBERTAD! 

Sus padres, la tenían sobreprotegida y siempre debía estar bajo sus faldas. Algo que a sus veinticinco años empezaba a agobiarla porque sentía que su juventud se esfumaba y apenas había disfrutado de la vida.

Su mejor amiga, Rocío estaba en la misma situación que ella pues también era hija de empresario. A menudo, hablaban y compartían sus inquietudes y frustraciones.

—¡Un día seremos libres al fin! —exclamaba optimista Rocío.

—No es por ser aguafiestas Rocío, pero no lo veo muy claro eso...

—¿Por qué?

—Mi padre, ya está buscando un hombre con el que casarme. Y como no, busca a otro "hijo de papá" para que siga con los pasos del negocio familiar.

—¡Vaya! —exclamó Rocío sorprendida y a modo de consuelo, abrazó a su amiga.

—¿Sabes Rocío? Estoy muy cansada —dijo Manuela mientras jugaba con el encaje de su falda —. Llevo toda mi vida siendo una marioneta en manos de mis padres, haciendo lo que ellos dicen. ¡Es mi vida! ¡Y tengo veinticinco años! ¿No debería decidir por mi misma?

—Ya, pero este es nuestro destino Manuela, ya lo sabes —la invitó a calmarse Rocío.

—¡Pues no quiero conformarme con este destino! —contestó Manuela  poniéndose en pie con energía —. Ahí fuera, hay un mundo esperándonos y nuevas oportunidades.

—Ya... —contestó en voz baja Rocío al mismo tiempo que dirigía su mirada apagada y triste hacia el suelo.

—¿No tienes ganas de descubrirlo por ti misma?

—¡Claro que sí! Pero, no sería correcto y nos meteríamos en muchos problemas.

—¿No eras tú la que hablabas antes de ser libres algún día? —le preguntó Manuela.

—Sí. Pero me refería a cuando fuéramos adultas.

—Claaaaro y vamos a estar esperando mientras vemos como nuestra juventud se desvanece, ¿no?

Rocío guardó silencio.

—Rocío, ¡quién no arriesga no pierde pero tampoco gana! ¡Es hora de que abramos los ojos!

—Yo, no estoy preparada para dar ese paso que quieres dar Manuela, lo siento —dijo prudentemente la joven y salió de la habitación.

Manuela, se quedó junto a la ventana observando como su amiga se alejaba sin echar la vista atrás.

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Después, se dejó caer en su cama con una sensación extraña e invadida por una mezcla de sensaciones y dudas.

Se quedó dormida y al cabo de dos horas se despertó sobresaltada y empapada en sudor.

—¡Qué sueño tan real! —dijo mientras se recogía el cabello acalorada.

Los días iban pasando y siempre la misma rutina. Manuela, seguía a rajatabla su ritual de estudios hasta la tarde, después clases de violín y finalmente los quehaceres del hogar. Su madre, se había empeñado en convertirla en una buena ama de casa y en la esposa perfecta. Su madre, siempre le decía que debía estar preparada para agradar a su marido y contentarlo. Por suerte, Manuela no compartía la misma opinión y estaba segura que algún día tendría la oportunidad de revelarse contra todo aquello que se le estaba imponiendo.

Cada tarde, al finalizar su clase para aprender a ser una buena ama de casa, Manuela esperaba en la entrada de la escuela a que su padre la recogiera con el coche.

Pero, aquel día su padre se demoró más de lo habitual y Manuela estuvo un buen rato sola. 

Fue entonces, cuando apareció alguien...


Escrito por: Yolanda Martínez Duarte.

jueves, 3 de febrero de 2022

RELATO: PERDÍ MIS SUEÑOS

Mi nombre es Laura, tengo veintiocho años y soy tele operadora en una centralita que atiende llamadas de emergencia.

Empecé a trabajar aquí hace cinco años, lo consideré un trabajo temporal. Ya sabes, ese trabajo que todos aceptamos cuando somos estudiantes para ganar un dinerillo y poder pagarte los caprichos, la gasolina y esas salidas con los amigos. Pero, ¡me equivoqué!

Con el tiempo, descubrí que este trabajo me aportaba mucho más que un sueldo. ¡Tenía la oportunidad de ayudar a los demás! Y eso, me hacía sentir bien conmigo misma y me hacía crecer como persona así que decidí seguir con ello.



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No os podéis imaginar, la cantidad de experiencias y momentos que guardo en mi mochila. Sí, sí a esa mochila me refiero, esa que es invisible y la llevamos a nuestras espaldas todo el tiempo. Ahí, guardamos: los momentos más duros  de nuestras vidas, también los más alegres y felices, experiencias, anécdotas de nuestra vida y un larguísimo etcétera.

En la mía, guardo muchos momentos de personas que llamaron a mi teléfono buscando ayuda: aquel niño que se perdió en el centro comercial, aquella anciana que vivía sola y que se había caído de la cama de madrugada, aquel adolescente a punto de suicidarse en lo alto de un puente, aquella mujer que se había quedado atrapada en el ascensor de su trabajo y aquella mujer que sufría maltratos.

Aquella última sin duda fue la que más me marcó. Aún recuerdo la conversación que tuvimos, era por la noche.

—Estoy aterrada. No quería llamar por miedo…

—Tranquila, has hecho lo correcto. ¿Cómo te llamas?

—Sara.

—Vale Sara, ¿puedes decirme qué está sucediendo?

—Sí. Mi marido está borracho y no para de pegarme. Y mis hijos, mis hijos… —le costaba mucho hablar y no conseguía terminar la frase.

—¿Dónde están tus hijos?

—Duermen en su habitación.

—Vale. Ellos, ¿están bien?

—Sí. No quiero que vean lo violento que se pone su padre conmigo.

—Vale, tranquila. Tú, ¿dónde estás ahora?

—En la cocina.

—Vale. ¿Y tu marido?

—Ha salido a comprar más cervezas y tabaco. ¡Volverá enseguida! —decía con dificultad entre sollozos.

—No tenemos mucho tiempo entonces —permanecí en silencio unos segundos —. Tranquila, ¡te ayudaré! Mandaré una patrulla de policías.

—¡Policías NO! ¡Me matará!

—No lo hará, los policías irán de paisanos, así no podrá reconocerlos.

Se hizo un silencio al otro lado del teléfono. Quise distraerla dando otro rumbo a nuestra conversación.

—Y ahora, cuéntame… ¿Cuáles son tus sueños?

Al mismo tiempo que hablaba con ella, recopilaba todos sus datos y daba aviso a la policía para que se presentaran en aquella casa de incógnito y pudieran proteger a Sara y sus hijos de aquel impresentable que les estaba destrozando la vida.

—Hace mucho tiempo que perdí mis sueños. Él, me los arrebató haciéndome creer que nada me faltaría a su lado.

De nuevo, se hizo un largo silencio.

—Sara, ¿sigues ahí?

Pero entonces, escuché una puerta que se cerraba con brusquedad.

—¡Ya está aquí! —susurró con voz temblorosa.

Dejó el teléfono descolgado y salió corriendo a esconderse.


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—¿Dónde estás mala puta?

Se escuchaban sus pasos y ruidos, como si estuvieran desvalijando la casa y moviendo muebles de un lado a otro. Entonces, escuché la voz de un niño:

—¿Papá?

—Iker, ¿qué haces despierto?

—Me he asustado con los ruidos.

—¡No lo toques! —dijo Sara y se puso delante de su hijo para protegerlo.

—Anda, ¡quita!

Su marido, la apartó con brusquedad dejándola caer al suelo con la mala suerte que se golpeó la ceja con la pata de una silla que él había tirado a su llegada. Ella, quedó inconsciente.

Iker, salió corriendo hacía su madre, llorando y se aferró a ella que estaba tendida en el suelo ensangrentada.

—Ven conmigo —dijo su padre cogiéndolo en brazos de malas maneras.

Pero, justo en ese momento picaron al timbre de casa. El padre, dejó a su hijo sentado en el sofá y le dijo:

—Tú calladito, no se te ocurra hacer ninguna tontería.

Abrió la puerta, se trataba de un repartidor de pizzas.


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—Buenas noches, traigo la pizza que pidieron.

—Yo no he pedido nada —contestó en un tono borde.

 Mientras, en la cocina Sara volvía a recuperar la conciencia, abrió los ojos muy lentamente y entonces, vio a un hombre en la puerta de la galería que le pedía ayuda para poder entrar.

Abrió la puerta y el hombre enseguida se preocupó por ella:

—¿Está bien Sara?

Ella asintió con la cabeza con un aspecto desgarrador, tenía todo el rostro ensangrentado y las lágrimas brotaban de sus ojos sin parar.

—Soy policía, mi compañero está entregando la pizza que usted pidió, vaya hacia allí y recójala. Nosotros, nos encargaremos del resto.

Sara, avanzó hasta el comedor y dijo:

—La he pedido yo.

Se acercó al repartidor de pizza, le pagó con dinero y recogió la pizza. Luego, cerró la puerta.

—Por un momento, pensé que habías llamado a la policía.

—No —dijo ella sumisa.

—Ni se te ocurra hacerlo porque te mato, ¿eh? —le dijo su marido mientras la agarraba de las mejillas con tanta fuerza que ella apenas podía escaparse.

Estaban todos sentados en el sofá, cuando apareció Lucas, el hijo pequeño de la pareja y corrió hacia su madre:

—Mamá, ¡tienes pupa!

—No te preocupes Lucas, estoy bien —dijo Sara y lo abrazó.

Cenaban pizza mientras el padre, bebía una cerveza tras otra sentado en su butaca viendo la televisión.

Sara y sus hijos estaban muy asustados, unidos los tres.

Pero, ¡algo los interrumpió! ¡un fuerte ruido que provenía de la cocina!

—¿Qué ha sido ese ruido? —preguntó el padre.

—No sé. Yo no he escuchado nada —contestó Sara.

—¡Serán ladrones! —exclamó Iker asustado.

—Iré a echar un vistazo —propuso el padre y se alejó.

Cuando apareció por la cocina, todo parecía estar en orden hasta que el policía que estaba escondido detrás de la puerta, se abalanzó sobre él. El repartidor de pizzas, apareció por la galería y entre los dos pudieron aplacarlo, ponerle las esposas y llevárselo a la comisaría.

—¡Ya lo tenemos! —dijo uno de los policías.

Entonces, suspiré y me dejé caer sobre mi silla, aliviada de haber conseguido ayudar a Sara.

 Escrito por: Yolanda Martínez Duarte.

LUKA, CARLOTA Y UN PROYECTO DE VIDA EN COMÚN (micro relato)

Imagen de Google Tras una semana ajetreadísima, Luka y Carlota consiguieron hacer un hueco para tomar un café juntos. El reencuentro fue de ...