jueves, 4 de noviembre de 2021

EL BOMBERO QUE DIBUJA SONRISAS

Mi nombre es David, tengo doce años y desde que era bien pequeño sueño con ser bombero. Pero, no un bombero normal y corriente, no. ¡Quiero ser un bombero que dibuje sonrisas!

Todo empezó, cuando tenía tres años y mis abuelos me regalaron un camión de bomberos de juguete. Jugaba horas y horas con él e inventaba mil historias. Me divertía tanto que pensé:

"¿Y porqué no ser bombero?"

Y así fue, un día lo hice público en clase cuando hablábamos con la profesora sobre ser adultos y trabajar. Nos fue preguntando uno por uno qué queríamos ser de mayores. Cuando me tocó mi turno, contesté enseguida:

—Yo quiero ser un bombero que dibuje sonrisas.

Por supuesto, los compañeros se rieron de mí. Pero, no les eché cuenta al menos yo sabía lo que quería hacer con mi vida, muchos de ellos ni eso.

—Me parece muy interesante. Estoy segura de que lo lograrás —contestó la profesora.

Aquella misma noche, antes de dormir leía un cuento de aventuras pero estaba taaaan cansado que me quedé dormido sobre el libro y entonces... ¡Ocurrió!

Soñé que era adulto y... ¡bombero!

Estaba trabajando junto a mis compañeros. 

Aquella tarde, el teléfono no paraba de sonar, teníamos muchos servicios que hacer.

Primero acudimos a un parque donde había una abuelita llorando desconsoladamente.

—¡He perdido a mi gato!

—¿Cómo se llama? —le pregunté.

—Lino, se llama Lino.

—No se preocupe, ¡lo encontraremos!

Mis compañeros empezaron a buscar por la zona llamándolo. Mientras, yo preparaba un camino de latas de atún y otro de ovillos de lana que estaban unidos entre si por un hilo largo.

Pasó un buen rato hasta que Lino apareció y se cogió a uno de los ovillos y justo en ese momento tiré del hilo muy despacio acercando el gato a su dueña. Éste me miró sorprendido con unos ojos graaandes y entonces la abuelita sonrió y cogió a su gato feliz.


—¡Muchas gracias por encontrar a Lino! —nos dijo la señora.

Y justo en ese momento, vimos a un niño que corría descalzo por la calle como si estuviera huyendo de alguien. Parecía llevar algo escondido bajo sus ropas.

Uno de mis compañeros, el más rápido de todos, logró cogerlo en brazos y traerlo al camión y lo sentó en uno de nuestros asientos. El niño estaba muy asustado.

—¿Cómo te llamas? —le pregunté. 

Pero el pequeño permaneció en silencio.

—¿Qué te pasa? ¿Estás bien? ¿Te perseguía alguien? —le pregunté de nuevo.

Pero seguía sin contestarme.

—¿Qué escondes ahí abajo? —le preguntó uno de mis compañeros.

El niño, sacó las manos de debajo de sus ropas y entonces nos lo mostró. ¡Se trataba de un bollito de pan y una tableta de chocolate! 

—¡Tenía hambre! —habló por fin el pequeño.

—Pero, sabes que no está bien robar, ¿verdad? Tendrías que habérselo pedido a tus padres —le dije.

—No tengo padres.

Después de decir esto, bajó la mirada triste y una lágrima recorría sus mejillas.

Y en ese momento, todos nos estremecimos de dolor. Se trataba de un niño huérfano y por lo visto vivía en la calle.

—¡Pues a partir de ahora tendrás cinco padres! ¿Qué te parece? —le propuse señalando a mis compañeros y poniéndole mi casco de bombero.

Fue entonces cuando el pequeño sonrió y sus ojos se llenaron de luz e ilusión.

Cuando volvíamos al parque de bomberos, encontramos una mujer que empujaba el carro de la compra con dificultad, cojeaba parecía que tenía daño en las piernas.


Decidí bajarme del camión. Lucas, el niño que habíamos encontrado antes y que por fin nos había dicho su nombre, decidió venir conmigo.

—¡Lucas esa mujer necesita nuestra ayuda! Cogeremos su carro y la ayudaremos a llegar a su casa, ¿vale? 

El pequeño asintió con la cabeza.

—¡Hola señora! Déjenos ayudarla por favor —le propuse.

Pero, la señora nos miró desconfiada.

—No hace falta si vivo allí mismo —dijo señalando una casita de color rosa que se veía a lo lejos.

El niño, cogió su carro y yo la cogí del brazo y bromeando le dije:

—Paseemos como si fuéramos novios.

—Ya me hubiera gustado en mi juventud tener un caballero como usted —dijo sonriendo y sonrojada.

Al llegar a su casa, la mujer nos ofreció galletas hechas por ella misma. A Lucas le encantaron, no pudo esperar a compartirlas con el resto de compañeros que nos esperaban en el camión.

Al despedirme de la mujer, la abracé fuerte y le susurré en el oído:

—Cuídese esas piernas. ¡La necesitamos en buen estado para que siga preparándonos más galletas como éstas!

Ella sonrió de oreja a oreja feliz por sentirse tan importante y útil, aunque fuese sólo por ese instante.

Después volvimos al camión junto al resto de compañeros.

Pero...De pronto, ¡alguien me despertó e interrumpió mi sueño!

—David, ¡te has quedado dormido sobre el cuento! Ponte cómodo y descansa que mañana hay que ir a la Escuela.

Decía mi madre al mismo tiempo que dejaba el libro sobre mi mesita de noche. Después, me dio un beso de buenas noches y me dijo:

—¡Estoy muy orgullosa de ti! ¡Llegarás a ser un gran bombero!

—¡Un gran bombero que dibuje sonrisas! no lo olvides mamá, eso es lo más importante —dije entusiasmado.

—¡Cierto! Ayudar a las personas está muy bien pero compartir con ellas tu felicidad, está aún mejor hijo mío. ¡Tienes un gran corazón!

—Gracias mamá.

Y pocos minutos después, me quedé dormido de nuevo con la ilusión de seguir soñando... 

Escrito por: Yolanda Martínez Duarte.



6 comentarios:

  1. Un relato tan dulce como tu preciosa. Sigue dándole a tu hermosa imaginación y ni dejes nunca de escribir!!! 👏🥰😘💜

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  2. Wow me ha encantado, que fondo más bonito tiene este relato, se lo he leído a mi hijo, dice que lo que más le ha gustado es el bombero 😊

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    1. Ohhhh😍 ¡Gracias por compartirlo con tu hijo! Me hace mucha ilusión cuando los más peques de la casa disfrutan de mis escritos🤗🤗

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