Enseguida avisé a las enfermeras de que el hombre había despertado. Vinieron tan pronto como pudieron y le hicieron un pequeño chequeo para comprobar que todo estaba en orden.
Yo, mientras tanto esperaba en el pasillo.
—Luisa, ya puedes pasar —me dijo una de las enfermeras cuando
terminaron.
Al entrar, allí estaba el hombre observándome con una mirada
muy diferente a la que tenía en la calle.
—Ven, siéntate —me propuso señalando la butaca que había junto
a su cama.
Le hice caso y me senté, intrigada por su cambio de actitud,
se mostraba mucho más cercano y confiado.
—Las enfermeras han dicho que está todo bien.
—Sí.
—¿Y qué harás cuando salgas de aquí? A la calle no puedes
volver, vaya a ser que vuelvan esos adolescentes y…
—Luisa, no pienses en eso ahora —me interrumpió.
—¿Cómo sabes mi nombre? —pregunté extrañada.
—Sé muchas cosas sobre ti.
—No puede ser, apenas nos conocemos —le dije.
—Tenías tres años cuando te fuiste a vivir con tu tía
Angelines porque tu madre falleció de cáncer y tu padre, te abandonó. Huyó como
un cobarde sin saber afrontar la situación.
—Es cierto, ¿cómo es posible que lo sepas?
Pero, no recibí respuesta, él siguió explicándome más cosas.
—Con tu tía Angelines eras muy feliz. Te llevaba al zoo, al
circo y cada tarde después del colegio, ibais al parque, donde jugabas con tus mejores
amigas Sara y Marisol. ¡Os encantaba jugar en los columpios y ver quién llegaba
más alto! —hizo una pequeña pausa y un suave suspiro salió de su boca —.
¡Siempre decíais que queríais llegar hasta las nubes y dormir en ellas!
Dejó de hablar al ver que me había levantado, dispuesta a irme
y ruborizada al mismo tiempo, por no comprender nada de lo que estaba
sucediendo.
—Tu padre, se llamaba Rodrigo, ¿verdad? —dijo de nuevo.
—Así es. ¿Lo conocías? ¿Eráis amigos? —pregunté.
—Sí, lo conocía mucho —hizo una pequeña pausa y se incorporó
en la cama, sentándose en ella —. Yo soy Rodrigo.
En ese momento, me quedé petrificada, mis oídos lo habían
escuchado perfectamente, pero mi mente no era capaz de asimilarlo. Habían
pasado cincuenta años desde que me abandonó y ahora debía asumir que aquel
hombre, al que había estado ayudando durante todo este tiempo, ¡era mi padre!
Salí corriendo de la habitación con los ojos inundados de lágrimas,
sin rumbo alguno. Sólo, necesitaba estar a solas conmigo misma y reflexionar
sobre lo sucedido.
Rodrigo, entendió perfectamente mi reacción y se quedó
pensativo mirando a través de la ventana al mismo tiempo que una lágrima caía
por su mejilla.
Fue en ese momento, cuando comprendió que volvía a estar sólo.
Wow con lagrimas estoy hasta yo, al leer tu nueva publicación, cuánto sentimiento!! Con ganas de saber como seguirá 😊 A favor de Rodrigo, diré que aunque abandonó a su hija cuando era una niña, quiso rectificar ese error pasados 50 años, como dice el dicho "más vale tarde que nunca".
ResponderEliminarPetrificada me he quedao yo y con.la emocion a flor de piel...
ResponderEliminarEstoy inquieta x saber más......