Lucía tenía ocho años y vivía con sus padres y su abuela en una casa en la montaña. A Lucía le gustaba mucho vivir allí, disfrutaba de largos paseos por las montañas, ayudaba a su abuela con el huerto, ponía de comer a las gallinas y cogía sus huevos, ayudaba a la abuela a cuidar del jardín, se bañaba en el río… ¡eran tantas las cosas que podía hacer allí!
Lucía, era una niña con muchísima imaginación, tanto que
desde bien pequeña había inventado una amiga imaginaria que se llamaba
Mariduende. Mariduende era una mariposa con orejas de duende y alas de hada,
sólo Lucía podía verla y hablar con ella.
Además, a Lucía también le gustaban
mucho los cuentos de fantasía, podía tirarse horas y horas leyendo historias
de: duendes, hadas, ogros, etc.
Aquella tarde de verano, en la casa de la montaña todos iban
corriendo de un lado a otro preparando las maletas para irse de viaje a
Sevilla, dónde vivía Luisa la hermana de la abuela de Lucía.
—¡Qué ganas tengo de ver a mi hermana! ¡Hace tanto tiempo
que no la veo! —decía la abuela mientras metía su ropa en la maleta.
—Saldremos de viaje después de cenar. Es un largo viaje y
mejor hacerlo de noche que no hace tanto calor —dijo el padre de Lucía.
Y así lo hicieron, después de cenar se subieron todos al
coche y viajaron a Sevilla.
Llegaron allí por la mañana. Luisa los esperaba en la puerta
de su casa con los brazos bien abiertos lista para abrazarlos a todos, ¡ella
era así, muy cariñosa!
—¡Bienvenidos! —dijo Luisa al mismo tiempo que los abrazaba.
—¿Cómo estás hermana? —le preguntó la abuela.
—Bien. Pero hay que ver lo guapa que estás, ¿eh? —le decía
Luisa a su hermana con cariño. Se querían mucho y siempre se habían llevado muy
bien.
Cuando ya habían guardado las maletas y habían desayunado,
se prepararon para ir a pasear por la ciudad y ver las maravillas de Sevilla:
la Catedral, la Torre del Oro, la Giralda, el Parque María Luisa y la Plaza
España.
—¿Has visto Lucía, qué bonita es la Catedral? —le dijo Luisa.
—¡Sí! ¡Y qué grande! —dijo la niña.
—Sí, es una de las catedrales más grandes del mundo —dijo
Luisa.
—Lo que no entiendo Luisa es porque a la Torre del Oro le
llaman así, yo no he visto oro por ningún lado —dijo la niña con curiosidad.
Todos se echaron a reír y entonces Luisa le explicó:
—Tienes razón Lucía, no tiene oro por ningún lado. Pero…
¿sabes? Hace muchos años, toda la torre estaba recubierta de azulejos de oro y
por eso la llamaron así.
—¿Azulejos? —preguntó la niña. Aquella palabra era nueva
para ella.
—Sí Lucía, los azulejos son como las racholas que tenemos
puestas en las paredes de la cocina o el lavabo de casa —le explicó su madre.
—Ahhh, vale. ¡Qué bonita era entonces toda la Torre llena de
Oro! ¡Seguro que con el sol brillaba mucho! —dijo la niña.
Todos se echaron a reír de nuevo. Lucía era una niña encantadora, tan curiosa y espontánea siempre.
—¡Es increíble lo alta que es la Giralda! —dijo el padre de
Lucía.
—Sí, es preciosa —dijo Luisa.
Y por último visitaron la Plaza España y después el Parque María Luisa que estaba muy cerca. En el parque habían unos jardines muy grandes, lleno de flores de colores y también habían fuentes muy bonitas al puro estilo andaluz con azulejos de colores.
—¡Cuantas flores! —dijo Lucía asombrada y las iba oliendo
todas.
—¿Sigue estando la estatua de Bécquer? —preguntó la abuela a
su hermana.
—¡Sí! Está por allí, ¡vamos! —contestó Luisa.
—Siempre me ha gustado tanto esa estatua. Aún recuerdo
cuando conocí al abuelo, allí fue donde nos dimos nuestro primer beso
—recordaba la abuela con nostalgia.
—¡No te pongas triste abuela! —dijo Lucía mientras la
abrazaba.
Se hizo la hora de comer y aprovechando que estaban cerca
del Río Guadalquivir, donde estaban los mejores Restaurantes, Luisa propuso ir
a comer al Restaurante “La Flor de Azahar”. Allí se comía muy bien y además
podían disfrutar de unas vistas muy bonitas del río.
—¡Qué bonito es este Restaurante y qué rica la comida!
—decía la madre de Lucía.
—Mamá, ya he terminado de comer. ¿Puedo ir a jugar a la
orilla del río? —preguntó Lucía.
—Sí, pero con cuidado de no caerte al agua, ¿vale? Que está
muy profundo y te puedes ahogar —le dijo la madre.
—Vale —contestó Lucía.
Y se fue a la orilla del río, tenía tanta calor que se
sentó, se quitó las bambas y metió los pies en el río.
—¡Qué bien! ¡Qué fresquita está el agua! —dijo Lucía.
Pero de pronto, notó un cosquilleo como si un pez hubiera
rozado sus pies. Al sacar los pies del agua, vio un duende muy pequeño en su
pie.
—¿Cómo? —dijo la niña sorprendida.
—Shhh, ¡no grites! Tranquila, me llamo Pi y quiero ser tu
amigo —le dijo el duende.
Entonces se cogió a la mano de la niña y de pronto apareció
una luz blanca muy intensa y cuando ésta desapareció y Lucía abrió los ojos…
—¡Un bosque! —dijo Lucía sorprendida.
Era de noche y el bosque estaba lleno de luciérnagas que
revoloteaban de un lado a otro sin parar.
—¡Bienvenida a mi casa! —le dijo el duende que estaba sobre
el hombro de Lucía.
—Pero…¿cómo hemos llegado aquí? Y.. ¿mi familia? —dijo la
niña preocupada.
—Tranquila, volverás con tu familia. Te he traído aquí
porque toda mi familia y yo necesitamos tu ayuda —entonces el duende Pi silbó
con suavidad, era la señal para que su familia de duendes supieran que había
llegado y ya podían salir de nuevo.
Y así fue, poco a poco fueron apareciendo todos. ¡Era
espectacular ver tanto duende junto! Lucía estaba muy contenta de estar allí,
ella adoraba a los duendes.
—¡Necesitamos tu ayuda Lucía! Llevamos muchos días sin
comer. Resulta, que un día vinieron los pájaros con alas doradas y brillantes, que
viven al otro lado del río, y nos quitaron toda la comida. Nosotros no podemos
acercarnos a eso pájaros porque al ser tan pequeños nos comerían. Así que
necesitamos a alguien grande como tú para que los pájaros tengan miedo.
—¡Vale, os ayudaré! ¿Cuál es el plan? —preguntó Lucía.
—¿Sabes nadar? —le preguntó Pi.
—Sí —contestó la pequeña.
—Pues la idea es que lleves esta bolsa para poder guardar
nuestra comida y nades hasta aquel árbol de allí, que es donde viven los
pájaros. ¿Podrás hacerlo? —dijo Pi señalando un árbol que se veía al otro lado
del río.
—¡Claro que sí! —dijo Lucía decidida.
Después, Lucía se colgó la bolsa en la espalda, se metió en
el río y empezó a nadar.
Los duendes la miraban desde la orilla del río con la
esperanza de que lo consiguiera.
Y…. ¡lo consiguió! Por suerte, todos los pájaros estaban
durmiendo profundamente, así que Lucía cogió toda la comida de los duendes, la
metió en la bolsa y volvió nadando hasta la Aldea de los duendes que ya estaban
celebrando la victoria saltando, aplaudiendo y silbando a Lucía.
—¡Gracias! —le dijeron cuando llegó y todos los duendes
fueron corriendo hacia ella y la abrazaron. Lucía, ¡estaba muy feliz! ¡Nunca
antes había tenido duendes tan cerca, eran encantadores!
—¡Vamos a celebrarlo! —dijo Pi.
Y entonces, prepararon una fiesta con: música, comida y
baile. ¡Los duendes eran muy bailarines y Lucía lo pasó genial!
Cuando terminó la fiesta, ya empezaba a amanecer en la Aldea
de los duendes y los primeros rayos del sol se dejaban ver entre los árboles.
Fue entonces, cuando todos los duendes se pusieron en
círculo rodeando a Lucía, que estaba en el centro, Pi se acercó a ella con una
pulsera llena de flores hecha por todos los duendes. Era una pulsera muy
especial y se la daban a Lucía como regalo de agradecimiento por haberlos
ayudado a recuperar su comida.
—¡Esto es para ti Lucía por habernos ayudado! Es una pulsera
muy especial, verás que por las noches estas flores se iluminarán y te harán
recordar esta aventura que hemos vivido juntos —dijo Pi y se la colocó en la
muñeca.
—¡Gracias! ¡Me gusta mucho, es muy bonita! —dijo Lucía muy
feliz.
Había llegado el momento de irse, Lucía tenía que volver con
su familia pero antes, la pequeña abrazó a todos los duendes y se despidió de
ellos, les había cogido mucho cariño.
Después, Pi la cogió de nuevo de la mano y de pronto volvió
a aparecer aquella luz blanca intensa y cuando ésta desapareció y Lucía abrió
los ojos… ¡estaba sentada de nuevo en la orilla del río Guadalquivir, como si
nada hubiera pasado!
Pero sí había pasado y Lucía estaba feliz, feliz por haber vivido esa aventura junto a los duendes.
—¡No te olvidaré Pi! —dijo la pequeña mientras miraba el
agua del río. En su reflejo vio revoloteando a su alrededor a Mariduende.
—¡Hombre Mariduende! Llevaba muchos días sin verte —dijo la
pequeña sorprendida de verla de nuevo.
—¡Cierto! He estado muy ocupada cuidando de uno de los
Trolls de la Casa de la Montaña, estaba enfermo pero ya se ha curado y entonces
he podido volver contigo. ¡Estaba deseando conocer Sevilla! Todos dicen que…
¡Sevilla tiene un color especial!
Lucía sonrió y dijo:
—Yo diría más bien que Sevilla tiene un duende muy especial.
Mariduende no entendió nada, pero ambas se echaron a reír.
Todo corazón ❤ ♥
ResponderEliminar¡Muchísimas gracias! Me alegra saber que te ha gustado😊😘😘
EliminarOoohhhh una de mis ciudades preferidas, me ha encantado, esta noche se lo cuento a mi hijo. Me ha encantado el duende Pi 😊
ResponderEliminarSiii, el duende Pi es un personaje muy especial y generoso😊 ¡me alegra saber que Sevilla sea una de tus ciudades preferidas! Es preciosa la verdad😊 gracias por compartir el cuento con tu hijo y por leerme una vez más😉😘😘
EliminarMuy bonito🥰🥰y tierno. Enhorabuena 👏
ResponderEliminar¡Muchísimas gracias AbelTM! Me alegra mucho saber que te ha gustado😊😉
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