miércoles, 15 de septiembre de 2021

RELATO INFANTIL: DESCUBRIENDO UN MUNDO NUEVO

Como cada sábado, Lucía jugaba en el jardín con Mariduende. Les encantaba tomar el té y luego pasear por el jardín, donde imaginaban que había un mercado y compraban: comida, juguetes y chucherías. ¡Les encantaban las chucherías! Marieduende y Lucía, ¡eran taaaaan golosas!

—Mariduende, ¿te has dado cuenta de lo caras que estaban hoy las naranjas?

—Sí, sí... ¡ni que estuvieran hechas de oro! 

—Por suerte, las manzanas estaban más baratas y he cogido unas pocas. ¡Mira que buena pinta tienen!

Seguían paseando de un lado a otro sin dejar de hablar ni un momento. ¡Qué dos marujas estaban hechas! 

Pero... de pronto, ¡algo llamó su atención! 

Se pararon un momento, guardando distancia con aquello que había llamado su atención. Y entonces, Lucía preguntó:

—¿Qué es eso?

—Pues una flor, ¿no lo ves?

—Ya, eso ya lo sé. Lo que quiero decir, es que... ¿de dónde habrá salido? nunca había visto una flor así por aquí.

—Si nos acercamos, la podremos ver mejor. ¡Vamos! —propuso Mariduende.

Y, así lo hicieron. Al acercarse, descubrieron que se trataba de una flor muy grande, tenía muchos pétalos de diferentes colores y estaba toda recubierta de purpurina, con lo que... ¡brillaba muchísimo! ¡era espectacular!


Imagen de Google

Las dos, se quedaron asombradas. 

Pero, lo mejor vino cuando la olieron. Tenía un olor muy intenso y dulce, tanto que al momento de olerla les hizo estornudar tres veces seguidas.

Y, después del último estornudo, al abrir los ojos… Lucía, ¡descubrió un mundo nuevo!

 Se quedó sin palabras al ver que se trataba de… ¡UN PAISAJE LLENO DE CHUCHERÍAS, CARAMELOS Y GOMINOLAS!

Sí, sí… allí los árboles no tenían tronco de madera ni hojas verdes, allí los troncos eran de nube y las hojas, ositos de gominolas gigantes. La hierba, estaba hecha con polvos de pica-pica y las nubes, ¡eran nubes de azúcar! ¡Como las que vendían en las ferias!

En este mundo, también había un río hecho con lacasitos de colores. ¡Todo, absolutamente todo estaba hecho de chucherías, caramelos y gominolas!

—¡Esto es el paraíso! —exclamó Lucía.

—¡Ni que lo digas! —comentó Mariduende.

Después, empezaron a caminar para conocer con más detalle aquel lugar tan curioso. Y entre paseo y paseo, iban comiendo un poquito de aquí y un poquito de allá.

—¡Qué alegría! Puedo comer todo lo que quiera, porque aquí mi madre y mi abuela no pueden reñirme por comer tantas chucherías.

Mariduende soltó una risilla traviesa.

En esas estaban, cuando de pronto unas burbujas gigantes de chicle explotaron sobre sus cabezas, ¡dejándolas todas pringadas y pegajosas!

—¡Bienvenidas a mi mundo! —dijo una pequeña hada que revoloteaba alrededor de Lucía y Mariduende.

—Estas, ¡no son formas de dar la bienvenida! —exclamó Mariduende un poco enfadada.

—En mi mundo sí. Me divierto mucho haciendo travesuras con mi varita mágica. —explicó la hada.

—Y a todo esto… ¿Cómo te llamas? —preguntó Lucía.

—Mi nombre es Fresita. Y vosotras, ¿cómo os llamáis?

—Somos Lucía y Mariduende.

—Vale. Pues, ¡seguidme! ¡os enseñaré una cosa!

Y así fue, Lucía y Mariduende fueron tras Fresita hasta llegar a un  campo muy grande lleno de piruletas gigantes de colores.

—¡Ohhhh! ¡Qué bonito es! —exclamó Lucía.

—¡Síííí! ¡Son mis girasoles! —dijo Fresita.

Lucía y Mariduende, se quedaron sorprendidas antes el colorido de tanta piruleta junta, ¡era algo espectacular!


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—Pero… ¿a qué esperáis para probarlas? —dijo Fresita.

—¿Podemos? —preguntó Mariduende.

—Pues… ¡claaaaro!

Y así fue, Lucía y Mariduende, corrieron hacia el campo y empezaron a chupar aquellas deliciosas piruletas.

—Mmm... ¡Están riquísimas! —exclamó Lucía.

Estaban tan entusiasmadas con las piruletas, que no se dieron cuenta que Fresita empezó a mover la varita mágica y entonces… ¡las piruletas se derritieron!

De nuevo, Lucía y Mariduende quedaron pringadas de caramelo.

—JA JA JA… ¡habéis caído en mi trampa! —decía Fresita mientras se reía a carcajadas.

—¡Otra vez! —dijeron Lucía y Mariduende enfadadas.

Cuando se hizo de noche, Fresita las invitó a dormir en su casa.

Fresita dormía en una habitación, mientras que Lucía y Mariduende dormían en otra.

—Tenemos que enseñar a Fresita a usar bien su varita mágica. ¡No para de hacer travesuras! ¡Y ya me estoy cansando! —decía Lucía en voz baja.

—Pero, ¿cómo lo vamos a hacer?

—Es muy fácil Mariduende. Un día en unos dibujitos de la tele, vi un hada que hacía exactamente lo mismo que ella, usar su varita mágica para hacer travesuras. Aquella hada movía la varita siempre en la misma dirección, pero el día que la movió hacía el lado contrario, pasaban cosas buenas.

—¡Qué curioso! —exclamó Mariduende.

—Mañana, ¡lo probaremos! —propuso Lucía.

Al día siguiente, cuando se levantaron Fresita ya les había preparado el desayuno: un bol repleto de cereales de chocolate y un vaso de leche.


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Estaban desayunando, cuando Fresita cogió la varita dispuesta a hacer la primera travesura del día, derretir los cereales de chocolate para que Mariduende y Lucía acabaran con toda la cara llena de chocolate.

Lucía que se dio cuenta y entonces le propuso:

—Fresita, ¿has probado alguna vez de mover la varita hacia el otro lado? Creo, que te resultará más divertido.

Fresita se la miró extrañada pero pensó: « ¿Por qué no? » y entonces empezó a mover la varita mágica en dirección contraria a la habitual.

Y…. ¿Cómo? ¿Qué pasó?

¡LOS CEREALES DE CHOCOLATE SE HICIERON GIGANTES!

Y fue entonces, que las tres se rieron a carcajadas sin poder parar de reír. ¡Les pareció taaaan divertido!

Y desde aquel día, Fresita decidió mover la varita siempre en esa dirección. Al darse cuenta, que haciendo cosas divertidas hacía reír a los demás y eso a ella la hacía muuuuy feliz.

Al comprender esto, Fresita decidió que era momento de que Lucía y Mariduende volvieran a su casa. Así que fue a su jardín, cogió una flor y se acercó a ellas…

—Esta flor, esta flor… ¡es igual que la que había en mi jardín! —exclamó Lucía.

—Sí. ¡Oledla! —propuso Fresita.

Mariduende y Lucía la olieron y entonces empezaron a estornudar. ¡Una vez, y otra, y otra!

Y después del tercer estornudo, abrieron los ojos y…

—¡Estamos en casa! —dijo Lucía.

—Claro, mi niña. —le contestó su abuela mientras cortaba los rosales del jardín.

—¿Sabes qué abuela? Mariduende y yo, ¡hemos conocido a Fresita! —dijo Lucía muy contenta.

—¿Fresita? ¿Ese hada tan traviesa?

—¡Sííííí!

—Yo, también la conocí cuando era una niña y jugaba por estos jardines. Recuerdo, que olí una flor muy curiosa y… ya no recuerdo más. —explicó la abuela.

—Y visitaste un mundo nuevo, ¡seguro! —exclamó la niña al mismo tiempo que fue corriendo hacia su abuela y la abrazó.

—Te quiero mi pequeña. —le dijo su abuela.

Lucía y su abuela, tenían un vínculo muy especial. Su abuela, era la única capaz de comprender su parte más fantasiosa porque en el fondo, sabía que ella era igual.

 


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 Escrito por: Yolanda Martínez Duarte


5 comentarios:

  1. Woooow que bonitoooo relato. Es muy divertido. Eres una crack Yolanda, sigue así preciosa!!! 👏😘💜

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    1. ¡Gracias Rosa! Me alegra saber que te ha resultado divertido. Un abrazo.

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  2. Bienvenidas de nuevo Lucía y Mariduende!!

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