Mi nombre es Lorena, tengo ocho años y vivo con mis padres en la ciudad de Madrid. Todos los que me conocen, dicen que soy una niña muy nerviosa y que no puedo estar ni un momento quieta, siempre estoy inventando historias y viviendo aventuras. ¡Qué le vamos a hacer, así soy yo! ¡Y lo bien que me lo paso!
Cansados de estar siempre en la ciudad, rodeados de estrés y
ruidos, mis padres decidieron comprar una casa antigua en un pueblecito llamado
Molinaseca, situado en el Bierzo, en la provincia de León.
Molinaseca es un pueblo muy tranquilo, donde vive muy poquita gente. Está
rodeado de naturaleza y hay muchos animales: caballos, vacas, ovejas…
La primera vez que visitamos la casa antigua, me quedé
sorprendida porque era toda de piedra y las puertas y ventanas eran de madera.
¡Qué diferente era a las casas que habían en la ciudad!
Así que la compramos y allí es donde pasamos todos los fines
de semana y vacaciones.
Al principio, me costó estar allí porque todo era tan
diferente a la ciudad. En aquel pueblo había tanto silencio y tanta
tranquilidad, ¡que se me hacía rarísimo!
No sabía qué hacer y me aburría muchísimo.
¡Hasta que descubrí que era el sitio ideal para inventarme
nuevas aventuras!
Mi lugar preferido, era sin duda el Puente de los Peregrinos
por donde pasaba el río Meruelo y por donde pasaban también muchas personas que
caminaban haciendo el Camino de Santiago.
Un fin de semana que fuimos a la casa antigua, mientras papá y mamá arreglaban el jardín, yo jugaba en mi habitación con mis juguetes. ¡De pronto uno de los cojines que tenía en la cama se movió! Me asusté, ¿Por qué se movía? Me acerqué con mucho cuidado y cogí el cojín, ¿sabéis qué me encontré? No os lo vais a creer… ¡una ardilla con gafas de sol y un sombrero verde!
—¿Cómo? ¿Qué haces tú aquí? —le pregunté, inocente de mí
como si la ardilla pudiera contestarme.
—Esta es mi casa. Yo vivo aquí desde hace muchos años. Me
llamo Pitusa, podemos ser amigas si quieres —dijo la ardilla, que para mi
sorpresa sí sabía hablar.
—Pero… ¿hablas? ¡No puede ser! —dije sorprendida.
—¡Pues claro que sé hablar! —dijo Pitusa algo molesta.
—Bueno, tampoco hace falta que te pongas así —dije yo.
—Es que estoy cansada de que todo el mundo se piense que las
ardillas no sabemos hacer nada más que comer piñas y subir a los árboles. ¡Y
las ardillas somos muy inteligentes! —me explicó Pitusa.
La escuché y después seguí jugando con mis juguetes.
—¡Tengo que explicarte algo muy importante! —me dijo de
pronto Pitusa.
—¿Sí? Dime… —le dije yo con curiosidad por saber de que se
trataba.
—¿Has conocido ya a Rey y sus hermanos? —me preguntó. Al ver
mi cara enseguida supo que no. Y entonces siguió explicándome —Ya veo que no
los conoces, Rey es un caballo muy poderoso que vive aquí en Molinaseca. Lo
reconocerás enseguida cuando lo veas porque todo su cuerpo es de color negro y
su cola, sin embargo, es blanca. Él quiere quedarse con todos los campos del
pueblo y no quiere compartirlos con el resto de animales. Sus hermanos, Luz y
Tom, son los que le ayudan vigilando esos campos. ¡Me parece tan injusto! ¡Los
campos deberían ser de todos! —dijo indignada Pitusa.
—¡Vaya! ¡Pues, sí que es egoísta ese Rey! Si hay muchos campos debería compartirlos y que todos pudieran disfrutar de ellos—dije yo.
—¿Me ayudarás a pensar en un plan? —me preguntó la ardilla.
—Pero, ¿Qué plan quieres qué hagamos? —pregunté yo.
—Pues no sé, pero algo se nos ocurrirá. Vayamos pensando —dijo
Pitusa y salió corriendo por la ventana hasta llegar a su escondite en el árbol
que teníamos en el jardín junto a la casa.
Aquella misma tarde, mis padres y yo fuimos a pasear por el
pueblo y paramos un ratito en el parque para que yo jugara. No era habitual,
pero aquella tarde había muchos niños y niñas jugando en él.
Justo me iba a tirar por el tobogán cuando noté una mano
sobre mi hombro.
—¡Hola! Me llamo Joel, eres nueva por aquí, ¿verdad?
¿Quieres ser mi amiga? —me preguntó un niño de ojos azules.
—Sí soy nueva. ¡Claro que sí podemos ser amigos! —le dije yo entusiasmada con la idea, ¡por fin mi primer amigo en Molinaseca!
Estuvimos jugando toda la tarde, ¡lo pasamos genial!
Con el paso del tiempo nos fuimos haciendo muy buenos
amigos, pasábamos mucho tiempo juntos compartiendo largos ratos de juegos y
aventuras.
Una tarde, mientras jugábamos en su casa, le expliqué la
historia que me había contado Pitusa.
—¡Conozco a ese caballo, es muy grande y muy bonito! Pero no
pensaba que fuera tan egoísta como para querer quedarse con todos los. ¡Tenemos
que pensar en un plan! —dijo Joel que también era muy aventurero como yo.
—Ya… Pitusa y yo llevamos días pensando en un plan pero no
se nos ocurre nada —dije yo.
—¡A mí se me ocurre una cosa! —dijo Joel de pronto y fue
corriendo a su armario y cogió una chaqueta.
—¿Una chaqueta? ¿Ese es tu plan? —le pregunté decepcionada.
—¡Es una chaqueta mágica! Cuando te la pones te vuelves
invisible y nadie puede verte. Me la compró mi tío Josué en un viaje que hizo
—me explicó Joel.
Entonces me probé la chaqueta y me miré al espejo que tenía
en su habitación, ¡era verdad, me volví invisible!
—¿Qué te parece? —me preguntó Joel.
—¡Alucinante! —dije muy sorprendida.
—Pues bien, se me ocurre el plan perfecto: tú te pondrás la
chaqueta y te meterás en el establo de Rey y sus hermanos, como no te verán
porque serás invisible aprovecharás para hacer travesuras y así los asustarás y
entonces saldrán corriendo al campo. En el campo, Pitusa y el resto de ardillas
entrarán en acción y se tirarán encima de los tres caballos despistándolos
mientras yo invento algo para que no puedan escaparse —me explicó Joel.
—¡Este plan tiene muy buena pinta la verdad! —dije yo.
—Ahora sólo tengo que pensar en algo para que no puedan
escaparse una vez los tengamos atrapados. Ya pensaré… ¡seguro que se me ocurre
algo! —dijo Joel pensativo.
Aquel mismo día, cuando llegué a casa y encontré a Pitusa
debajo del cojín que tenía en mi cama le expliqué el plan que se le había
ocurrido a Joel y enseguida me dijo:
—¡Está genial! ¡Claro que sí, avisaré a toda mi familia de
ardillas para que participen también!
De lunes a viernes, como mis padres trabajaban y yo tenía
que ir al colegio, estábamos en Madrid. La verdad, es que cada vez se me hacía
más difícil estar en la ciudad, había tanto ruido y tanto estrés. ¡Me gustaría
tanto vivir para siempre en Molinaseca!
Así que… cuando estaba en Madrid, Joel y yo hablábamos todos
los días por teléfono y nos explicábamos
cómo nos iba la semana.
Una tarde mientras merendaba me llamó:
—Lorena, ¡ya se me ha ocurrido una idea para que Rey y sus
hermanos no puedan escaparse cuando las ardillas los tengan atrapados!
Construiré un tractor de madera con la ayuda de mi padre. Un tractor de esos
que riegan los campos. Pero este tractor, en lugar de regar con agua, regará
con gelatina y así los caballos se quedaran enganchados a la hierba y no podrán
escaparse y entonces aprovecharemos para hablar con ellos y hacer un trato para
que compartan los campos con el resto de animales. ¿A qué es buena idea? —dijo
muy entusiasmado.
—Síííí —contesté yo. ¡Me parecía una idea genial!
—Este fin de semana ya tendré el tractor terminado, así
podremos poner en práctica nuestro plan —dijo Joel muy contento.
Cuando llegó el viernes…
¡Era viernes! Mi día preferido de la semana porque por las
tardes, mis padres me recogían en el colegio y nos íbamos a Molinaseca a pasar
el fin de semana.
—Mañana, vendrá Joel a jugar conmigo a casa —les explicaba
en el coche a papá y mamá.
—¡Nos parece muy bien Lorena! ¿y qué haréis? —me preguntó
mamá.
—Iremos a los campos a jugar, nos inventaremos alguna
aventura de las nuestras —dije yo.
—¡Qué dos aventureros estáis hechos! —dijo mi padre
sonriendo.
—Síííí —contesté yo.
Al día siguiente…
¡Había llegado el gran día! ¡Era sábado e íbamos a poner en
marcha nuestro plan! Joel, las ardillas y yo nos fuimos a los campos que había
cerca del establo dónde vivían Rey y sus hermanos.
Nos escondimos detrás de unos arbustos y entonces Joel me dio su chaqueta, me
la puse y… ¡me volví invisible!
Así que pude entrar en el establo sin problemas porque nadie
podía verme. Rey y sus hermanos estaban durmiendo así que aproveché para
empezar con mis travesuras…
Primero moví el cubo, donde Rey tenía su comida, lo tiré al
suelo y entonces Rey se despertó asustado.
—¿Qué es ese ruido? —preguntó Rey.
—El cubo de la comida se ha caído, no te preocupes —le dijo
su hermana Luz.
Después cogí el cepillo y empecé a peinar a los tres
caballos.
—¡Luz para de hacerme cosquillas! —dijo Tom.
—Yo no te estoy haciendo cosquillas —dijo Luz.
Y entonces, se miraron extrañados. ¿Qué estaba pasando?
Lo mejor vino cuando empecé a jugar con las luces. Me
dediqué a encenderlas y apagarlas muchas veces, ahí sí que se asustaron y
salieron corriendo hacia fuera hasta llegar a los campos.
—Algo raro está pasando hoy… —dijo Tom.
—Sí y no me gusta ni un pelo —dijo Rey.
Y justo en aquel momento, aparecieron todas las ardillas,
eran muchísimas y se tiraron sobre los tres caballos dejándolos atrapados.
Y poco después, apareció Joel montado en su tractor de madera y empezó a dar vueltas alrededor de Rey y sus hermanos regándolo todo con gelatina de colores, mmm… ¡qué bien olía!
¡Funcionó! Los caballos se quedaron enganchados en la hierba
sin poder moverse.
—¿Estáis locos? ¿Qué nos habéis hecho? —Decía Rey muy
enfadado.
—Os hemos hecho lo que os merecéis. ¿Tú crees que puedes
quedarte con todos los campos y dejar que los demás animales se mueran de
hambre y de tristeza? Ellos también necesitan estar en el campo —dije yo.
—¡Los campos son míos! —dijo Rey.
—¡Eso no es verdad! —dijo Pitusa que estaba sobre mi hombro.
—¡Sí! Yo soy el más poderoso de todos los animales de
Molinaseca. Y por tanto, ¡mando yo! —dijo Rey.
—Eso no es así y lo sabes Rey. Lleguemos a un acuerdo —dijo
Joel.
—¿Qué me proponéis? —preguntó Rey.
—Te proponemos que compartas los campos con el resto de
animales y nosotros a cambio, os traeremos hierba fresca cada día, además de
zanahorias y manzanas que sé que os gustan mucho —dije yo.
Rey se quedó en silencio y miró a sus hermanos, éstos tenían
los ojos tan abiertos como naranjas y sonreían, parecía gustarles nuestra
propuesta.
Rey entonces dijo:
—Vale. ¡Aceptamos!
—¡Bieeeen! —dijimos todos y empezamos a saltar de alegría.
¡Lo habíamos conseguido!
Así que…
Desde aquel día, todos los animales de Molinaseca
disfrutaban: comiendo la hierba fresca de sus campos, corriendo, saltando,
jugando… ¡eran muy felices!
Y Rey y sus hermanos, aprendieron que el egoísmo no lleva a
ningún lugar y que es mejor compartir. Si compartimos, ayudamos a los demás y
los hacemos felices al mismo tiempo que nos hace felices y afortunados a
nosotros también.
Escrito por: Yolanda Martínez Duarte
Que cuento más divertido!! Lo he pasado muy bien leyendo. Que imaginación tienes Yolanda, un besazo guapa!! 💜😘
ResponderEliminar¡Hola Rosa! ¡Muchísimas gracias por tu comentario y por darme tu opinión! me alegra muchísimo saber que te ha resultado divertido y que te lo hayas pasado bien leyéndolo. Espero que nunca se me acabe esta imaginación tan necesaria en el mundo de los cuentos infantiles, jejeje... ¡un besazo enorme!
EliminarHe leído este relato a mi hijo y ha quedado encantado. El nombre de Pitusa lo ha hecho reír a carcajada. Dice que lo que más le ha gustado es el tractor de madera.
ResponderEliminarLa historia está muy bien. Ese trabajo en equipo por conseguir que los caballos compartan los campos!! Gran mensaje el.que transmite este relato 😊🤩
¡Hola Verónica! ¡Muchísimas gracias por darme tu opinión y aún mejor, gracias por compartir el cuento con tu hijo! ¡qué ilusión me ha hecho! me alegra mucho saber que os lo habéis pasado en grande con esta aventura y que el nombre de Pitusa os haya resultado tan divertido, se me ocurrió así sin más jejeje... me pareció original y divertido. ¡un abrazo muy fuerte!
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