Desde que
nací, vivía en el Caserío de Pepe, situado en Andalucía.
El Caserío de Pepe, era una casa muy grande situada en medio de unos campos de
secano, donde yo y mis compañeros corríamos sin parar cada día. Unas veces corríamos
para entrenar y ser cada vez mejores y más rápidos. Otras veces corríamos para
trabajar. Sí, sí desde bien pequeños nuestro dueño Pepe nos hacía jugar con
liebres, nos hacía correr tras ellas hasta que las pillábamos. ¡Qué contento se
ponía él! Nos hizo creer que se trataba de un juego, pero con los años me di
cuenta de que no era un juego, era nuestro trabajo: la caza de la liebre le
decía Pepe.
Él nos hacía coger liebres para alimentar a su familia.
Una mañana,
me desperté muy cansado y débil.
Llevaba siete años corriendo sin parar y mi cuerpo ya no podía más. Durante el
entrenamiento, hubo un momento en que me flojearon las piernas y me caí.
Entonces vino Pepe hacia mí y me obligó a ponerme en pie de nuevo de muy malas
maneras.
—¡Perro
viejo que ya no sirves para nada! —me decía enfadado.
Menos mal
que al menos el resto de mis compañeros sí que me cuidaban. Por las noches, los
más jóvenes de la manada, se escapaban a la cocina cuando ya no había nadie y
robaban comida para dármela.
—¡Toma
Forky! —me decían al dármela.
—¡Comed
vosotros también! —les decía yo. Pues todos estábamos hambrientos, Pepe no nos
cuidaba bien y pasábamos mucha hambre.
—No te
preocupes por nosotros. Tú lo necesitas más, tienes que recuperar tus fuerzas.
Si vuelves a caerte, Pepe te echará del Caserío —le dijo Lili, una galga
preciosa, la más joven de todos.
—¡Lo sé! No
tardará mucho en deshacerse de mí porque ya soy un perro viejo y no sirvo para
cazar —dije yo.
Por
momentos, pensaba que eso era lo mejor que podía pasarme, no sabía lo que me
esperaba fuera de allí pero seguro que sería mucho mejor.
Y entonces
llegó el día…
Aquella
tarde no cogí liebres suficientes para Pepe y se enfadó muchísimo.
Y fue aquel mismo día, el que me cogió
por la correa con brusquedad, me subió al coche y después de un largo viaje, me
dejó abandonado en medio de unos campos, sin comida y sin agua.
Estuve
caminando durante muchos días en busca de un cobijo donde protegerme de aquel
sol abrasador, pero no encontré nada. Aquello parecía el desierto, hacía un
calor horroroso y no tenía nada que comer, ni beber, nadie que pudiera
ayudarme… me desvanecí y lo último que recuerdo son los rayos del sol sobre mí.
Estuve así
un par de días, luchando por sobrevivir, pero no podía más. Me moría, sentía
que me moría y entonces una lágrima calló por mi rostro delgado y ese morrito
de lápiz, como solían decir todos, por lo alargado y puntiagudo que es…
Pero de
pronto, cuando me había rendido y creía que había llegado mi final, ¡apareció
él! ¡Mi ángel de la guarda!
Se acercó a mí
y lo primero que hizo fue mirar si aún estaba vivo y darme agua.
—¡Hola
pequeño! Soy Antonio y voy a sacarte de aquí —me dijo mientras me acariciaba.
Luego me cogió en brazos y me llevó hasta su coche.
Volví a
desvanecerme de nuevo… y cuando abrí los ojos estaba sobre una mesa de
veterinario con suero puesto en una de mis patitas.
Allí estaba
Antonio y a su lado una chica que en cuanto abrí los ojos se acercó, me
acarició con suavidad y me dijo:
—¡Ya estás a
salvo Forky! ¡Nosotros cuidaremos de ti!
—¿Cuándo se
terminará todo esto Susana? Es el séptimo galgo que rescatamos en esta semana.
—Y así
seguirá pasando mientras las autoridades giren la cara hacia otro lado y las
leyes no se endurezcan para esos cretinos —dijo Susana.
—Pobrecito,
la de días que llevaría vagando por esos campos, sin comida, sin agua…se ha
quedado muy flaquito, es un saquito de huesos —dijo triste Antonio, que aunque
estaba acostumbrado a ver aquello a menudo, le seguía doliendo en el alma.
—Me lo
llevaré a casa hasta que se recupere por completo y entonces le buscaremos una
nueva familia que lo quiera de verdad y le de la vida que se merece —dijo
Susana.
Sí, es
cierto que desde el principio Susana me cuidó muy bien. En su casa tenía todas
las comodidades: un plato lleno de comida, un sofá blandito donde dormir,
paseos por la naturaleza…
Pero la
verdad, no fue fácil. Mis miedos no me dejaban disfrutar de todo aquello a lo
que no estaba acostumbrado. Al principio me escondía en un rincón y temblaba,
otras veces se me escapaban los pipis y volvía a temblar pensando que Susana se
enfadaría y me pegaría.
Pero no, ella no era como Pepe, ella me respetaba y tenía mucha paciencia
conmigo. Aún recuerdo aquel día, ella estaba sentada en el suelo haciendo unas
llamadas telefónicas y entonces yo me acerqué a ella y la olí, luego le lamí la
mano por primera vez.
—¡Muy bien
Forky! —se puso muy contenta por mi gesto de afecto y me premió con una chuche
y desde entonces fui cogiendo confianza en ella y nos volvimos inseparables.
Así fue,
como en mi nuevo hogar perdí gran parte de mis miedos y recupere mi peso
dejando de ser aquel saquito de huesos que fui al conocer a Antonio y Susana.
Pero… lo
mejor estaba por llegar.
Escrito por: Yolanda Martínez Duarte
Una historia real , k lastima lo k hacen con ellos
ResponderEliminarSí, así es la triste realidad... ¡Gracias por tu comentario Marideerre!
EliminarTriste historia,suerte que algunos consiguen salir de ese infierno y acabar sus días como todo ser vivo debería acabar acabar, feliz y cuidado.
ResponderEliminar¡Hola AbelTM! Estoy totalmente de acuerdo contigo. Suerte que algunos tienen la suerte de tener un final Feliz conociendo una nueva vida. ¡Un saludo!
EliminarMadre mía me he emocionado leyendo ese relato 😭 y pensar que es el reflejo de la realidad que aún existe en los tiempos que vivimos. Por suerte hay personas como Antonio y Susana que intentan equilibrar la balanza dándole esa vida que realmente cualquier animal merece.
ResponderEliminar¡Hola Verónica! Me alegro que haya conseguido llegarte tanto mi relato hasta el punto de emocionarte. Es una lástima que en los tiempos que corren aún se de el maltrato animal. Una sociedad tan evolucionada y avanzada como en la que vivimos, y sin embargo, tan atrasada en otros aspectos. ¡Espero que algún día todo tome otro rumbo! un abrazo.
EliminarDura y pura realidad..... no hay nada más que objetar, porque las palabras sobran
ResponderEliminar¡Muchas gracias una vez más por leerme!😊
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