Lucía tenía ocho años y vivía con sus padres en una gran ciudad. Lucía era una niña con muchísima imaginación, tanto que desde bien pequeña había inventado una amiga imaginaria que se llamaba Mariduende. Mariduende era una mariposa con orejas de duende y alas de hada, sólo Lucía podía verla y hablar con ella.
A Lucía, también le gustaban mucho los cuentos de fantasía, podía tirarse horas
y horas leyendo historias de: hadas, duendes, ogros y Trolls. ¡Los Trolls eran
sus personajes preferidos! Le parecían muy graciosos y divertidos.
A pesar de vivir
en la ciudad, Lucía prefería la naturaleza y la montaña. Tanto que cada verano,
cuando terminaba el colegio y cogía vacaciones se iba a la casa de la montaña,
dónde vivían sus abuelos. Lo llevaba haciendo desde que tenía un añito porque
sus padres tenían que trabajar y eran sus abuelos quienes cuidaban de ella.
Y ella
encantada, porque disfrutaba de: largos paseos por las montañas, ayudaba a los
abuelos con el Huerto, ponía de comer a las gallinas y cogía sus huevos,
ayudaba a la abuela a cuidar del jardín, se bañaba en el río… ¡eran tantas las
cosas que podía hacer allí!
Una tarde de
Primavera sonó el teléfono en casa de Lucía:
—¿Dígame?
—Contestó la mamá de Lucía.
—¡Hija! Tu
padre ha muerto —dijo la abuela triste.
—¿Cómo? ¡No
puede ser, si ayer estaba bien! —Preguntó la mamá de Lucía sorprendida.
—Sí. Anoche
no se sentía bien, le dolía mucho la cabeza, se tomó un calmante y se fue a
dormir. Y esta mañana… —La abuela no pudo terminar la frase y se echó a llorar.
—¡Enseguida
vamos para allí mamá! —Le dijo su hija.
Lucía se
puso muy triste cuando su madre le dio la noticia de que su abuelo había
fallecido.
—Al menos
ahora el abuelo podrá jugar con los angelitos que viven en el cielo —dijo la
pequeña a su madre.
—¡Cierto!
—Contestó su madre mientras la abrazaba.
—Ahora
Lucía, viviremos con la abuela en la casa de la montaña. Así podremos cuidar de
ella para que no esté triste. ¿Qué te parece? —Le dijo su padre.
—¡Me parece
muy buena idea! ¡Me gusta mucho estar allí! —Contestó la niña muy contenta.
Con el paso
del tiempo, la abuela de Lucía volvía a ser feliz y a estar contenta. Tener a
su familia cerca le había venido muy bien para superar la pérdida de su marido.
Siempre que se despertaba por la mañana, lo primero que hacía la abuela era
salir al jardín y respirar fuerte para coger el aire puro de la montaña y
llenar sus pulmones de él.
—¡Qué bien
me sienta el aire de las montañas! —Dijo la abuela.
Y luego se
sorprendió al ver que la casa se había movido de su sitio, pues el buzón de las
cartas quedaba más lejos que de costumbre.
—¿Qué
piensas abuela? —Le preguntó Lucía que se acababa de despertar y también había
ido a respirar el aire de las montañas con su abuela.
—Pues me da
la sensación que la casa se ha movido. ¿Ves el buzón que tenemos allí? Pues
antes quedaba más cerca de la casa —dijo la abuela.
—¡Qué raro
abuela! —Dijo la niña.
Pero aquella
misma noche, cuando todos dormían…
Lucía se
despertó de repente tras escuchar un fuerte ruido en la casa, como si se
estuviera rompiendo. No se lo pensó y salió corriendo al jardín, donde se
escondió detrás de un árbol. Desde allí descubrió que era verdad lo que decía
su abuela… ¡la casa se estaba moviendo y tenía piernas y pies!
Lucía se quedó escondida en el árbol hasta que la casa escondió sus piernas y
dejó de moverse.
Después, se
fue a dormir de nuevo y decidió que no explicaría a nadie lo que había visto. ¡Sería
un secreto!
Estuvo muchas
noches escondiéndose detrás del árbol del jardín y observando a la casa,
mientras todos dormían. La casa siempre hacía lo mismo se movía un poquito, y
otro poquito, y otro… hasta que llegaba a unas hierbas con flores amarillas y
las cogía, luego se las guardaba y escondía sus piernas.
—Pero, ¿qué haces aquí escondida Lucía? —Le preguntó una voz muy suave y dulce.
—¡Mariduende,
qué susto me has dado! —Dijo la niña.
—¿Qué has
descubierto pequeña? —Le preguntó Mariduende.
—No te lo
vas a creer Mariduende, ¡la casa se mueve por las noches! ¡Tiene piernas! Y
siempre hace lo mismo, coge esas hierbas con flores amarillas de allí —dijo
Lucía señalando una zona del jardín.
—¡Eso puedo
arreglarlo, haré que no se mueva nunca más! —Dijo Mariduende sacando su varita
mágica y haciéndola bailar en círculos.
—¿Y eso
funcionará? —Preguntó extrañada la pequeña.
—Sí, ya sabes
lo mágica que es mi varita. Vuelve mañana por la noche y vigila la casa a ver
qué hace —le propuso Mariduende.
Y así lo
hizo, a la noche siguiente la pequeña volvió a vigilar la casa y estuvo allí
mucho rato. Pero… ¿qué pasó? ¡NADA!
—¡La casa ya
no se mueve! —Dijo Lucía sorprendida.
—¿Ves? Te lo
dije —dijo Mariduende.
Y de pronto…
escucharon algo, alguien estaba llorando. Mariduende y Lucía se miraron.
—¿Quién
llora? —Preguntó Lucía.
—No lo sé
—contestó Mariduende.
—Soy yo, ¡la
casa!
—¿Cómo? Pero…
¿puedes hablar? —Preguntó Lucía.
—Sí. Estoy
triste, muy triste. Ahora que no puedo caminar, ya no podré seguir cogiendo
hierbas para alimentar a mi familia de Trolls —contestó la casa.
Y justo en
aquel momento, por una ventana del garaje aparecieron cinco Trolls que estaban
escondidos.
—¡Trolls!
—Dijo Lucía entusiasmada.
—¡Necesitamos
esas hierbas para vivir! —Dijo el papá troll.
—Sí, nos
alimentamos con ellas —dijo la mamá troll.
—Yo les
ayudo a cogerlas porque tienen miedo de los animales que viven en la montaña,
son muy grandes y se los podrían comer. Ahora sin mis piernas no podré moverme
y ayudarles a tener alimento —dijo la casa triste.
—¡Nos
moriremos de hambre! —dijo el troll más pequeño que se había subido a la mano
de Lucía.
Se quedaron
todos en silencio y pensativos.
¡De pronto a
Lucía se le ocurrió una idea!
—¡Yo puedo
ayudaros! Cogeré las hierbas para vosotros y os las dejaré siempre en el garaje
para que podáis cogerlas y alimentaros —propuso Lucía entusiasmada.
—¡Eso sería
genial! —Dijeron los Trolls.
—¡Sí, es un
gran idea Lucía! —Dijo la casa muy contenta.
Después, se fueron
todos a dormir.
Un día mientras
Lucía y su abuela estaban arreglando las flores del jardín:
—Lucía, ¿te has dado cuenta de que la casa ya no se mueve? —Le preguntó su abuela.
—¡Mariduende
habrá arreglado ese misterio! —Dijo la pequeña con una sonrisa traviesa.
—¿Aún sigues
siendo amiga de Mariduende? —Preguntó la abuela sorprendida porque hacía muchos
días que no le hablaba de ella.
—Sí abuela.
Ella es especial, igual que esta casa en la montaña —dijo Lucía sin explicar a
su abuela todo lo sucedido. ¡Sería su secreto!
Escrito por: Yolanda Martínez Duarte
Muy buena historia de fantasía....
ResponderEliminar¡Hola Marideerre! ¡Muchísimas gracias por tu comentario! Me alegra mucho saber que te ha gustado😊😘😘
EliminarMe ha encantado, se la he leído a mi hijo y dice que le ha gustado, que lo que más le ha gustado es la casa que se mueve. Me preguntaba si ésta también tenía ojos 😁😁 gracias Yolanda por transportarnos a un momento tan lleno de fantasía y magia 😊🤩
ResponderEliminar¡De nada! Gracias a ti por tu opinión y por compartir mi relato con tu hijo, qué ilusión me hace llegar a pequeños lectores😍 ¡un abrazo!
EliminarBonita historia,esperaremos la continuación con ansisias 😀 .
ResponderEliminar¡Hola AbelTM! Gracias por tu opinión, me alegra mucho saber que te ha gustado😊 ¡un abrazo!
EliminarQue bonita!!!
ResponderEliminar¡Muchas gracias Pilar! Me encanta saber que te ha gustado😊😘😘
EliminarExcelente ! Me encanto !
ResponderEliminar¡muchísimas gracias por tu comentario! Es una alegria para mí saber que te ha gustado, gracias por leerme😉😊 ¡un abrazo!
EliminarMuy bonita historia!!!!!!!
ResponderEliminar¡muchísimas gracias por tu comentario y opinion! Me alegra saber que te ha gustado😉😊
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