Mi nombre es Laura, tengo veintiocho años y soy tele operadora en una centralita que atiende llamadas de emergencia.
Empecé a trabajar aquí hace cinco años, lo consideré un
trabajo temporal. Ya sabes, ese trabajo que todos aceptamos cuando somos
estudiantes para ganar un dinerillo y poder pagarte los caprichos, la gasolina
y esas salidas con los amigos. Pero, ¡me equivoqué!
Con el tiempo, descubrí que este trabajo me aportaba mucho
más que un sueldo. ¡Tenía la oportunidad de ayudar a los demás! Y eso, me hacía
sentir bien conmigo misma y me hacía crecer como persona así que decidí seguir con ello.
No os podéis imaginar, la cantidad de experiencias y
momentos que guardo en mi mochila. Sí, sí a esa mochila me refiero, esa que es
invisible y la llevamos a nuestras espaldas todo el tiempo. Ahí, guardamos: los
momentos más duros de nuestras vidas,
también los más alegres y felices, experiencias, anécdotas de nuestra vida y un
larguísimo etcétera.
En la mía, guardo muchos momentos de personas que llamaron
a mi teléfono buscando ayuda: aquel niño que se perdió en el centro comercial, aquella
anciana que vivía sola y que se había caído de la cama de madrugada, aquel
adolescente a punto de suicidarse en lo alto de un puente, aquella mujer que se
había quedado atrapada en el ascensor de su trabajo y aquella mujer que sufría
maltratos.
Aquella última sin duda fue la que más me marcó. Aún
recuerdo la conversación que tuvimos, era por la noche.
—Estoy aterrada. No quería llamar por miedo…
—Tranquila, has hecho lo correcto. ¿Cómo te llamas?
—Sara.
—Vale Sara, ¿puedes decirme qué está sucediendo?
—Sí. Mi marido está borracho y no para de pegarme. Y mis
hijos, mis hijos… —le costaba mucho hablar y no conseguía terminar la frase.
—¿Dónde están tus hijos?
—Duermen en su habitación.
—Vale. Ellos, ¿están bien?
—Sí. No quiero que vean lo violento que se pone su padre
conmigo.
—Vale, tranquila. Tú, ¿dónde estás ahora?
—En la cocina.
—Vale. ¿Y tu marido?
—Ha salido a comprar más cervezas y tabaco. ¡Volverá enseguida! —decía con dificultad entre sollozos.
—No tenemos mucho tiempo entonces —permanecí en silencio
unos segundos —. Tranquila, ¡te ayudaré! Mandaré una patrulla de policías.
—¡Policías NO! ¡Me matará!
—No lo hará, los policías irán de paisanos, así no podrá
reconocerlos.
Se hizo un silencio al otro lado del teléfono. Quise
distraerla dando otro rumbo a nuestra conversación.
—Y ahora, cuéntame… ¿Cuáles son tus sueños?
Al mismo tiempo que hablaba con ella, recopilaba todos sus
datos y daba aviso a la policía para que se presentaran en aquella casa de
incógnito y pudieran proteger a Sara y sus hijos de aquel impresentable que les
estaba destrozando la vida.
—Hace mucho tiempo que perdí mis sueños. Él, me los
arrebató haciéndome creer que nada me faltaría a su lado.
De nuevo, se hizo un largo silencio.
—Sara, ¿sigues ahí?
Pero entonces, escuché una puerta que se cerraba con
brusquedad.
—¡Ya está aquí! —susurró con voz temblorosa.
Dejó el teléfono descolgado y salió corriendo a esconderse.
—¿Dónde estás mala puta?
Se escuchaban sus pasos y ruidos, como si estuvieran
desvalijando la casa y moviendo muebles de un lado a otro. Entonces, escuché la
voz de un niño:
—¿Papá?
—Iker, ¿qué haces despierto?
—Me he asustado con los ruidos.
—¡No lo toques! —dijo Sara y se puso delante de su hijo
para protegerlo.
—Anda, ¡quita!
Su marido, la apartó con brusquedad dejándola caer al suelo
con la mala suerte que se golpeó la ceja con la pata de una silla que él había
tirado a su llegada. Ella, quedó inconsciente.
Iker, salió corriendo hacía su madre, llorando y se aferró
a ella que estaba tendida en el suelo ensangrentada.
—Ven conmigo —dijo su padre cogiéndolo en brazos de malas
maneras.
Pero, justo en ese momento picaron al timbre de casa. El
padre, dejó a su hijo sentado en el sofá y le dijo:
—Tú calladito, no se te ocurra hacer ninguna tontería.
Abrió la puerta, se trataba de un repartidor de pizzas.
—Buenas noches, traigo la pizza que pidieron.
—Yo no he pedido nada —contestó en un tono borde.
Mientras, en la
cocina Sara volvía a recuperar la conciencia, abrió los ojos muy lentamente y entonces, vio a un hombre en
la puerta de la galería que le pedía ayuda para poder entrar.
Abrió la puerta y el hombre enseguida se preocupó por ella:
—¿Está bien Sara?
Ella asintió con la cabeza con un aspecto desgarrador,
tenía todo el rostro ensangrentado y las lágrimas brotaban de sus ojos sin
parar.
—Soy policía, mi compañero está entregando la pizza que
usted pidió, vaya hacia allí y recójala. Nosotros, nos encargaremos del resto.
Sara, avanzó hasta el comedor y dijo:
—La he pedido yo.
Se acercó al repartidor de pizza, le pagó con dinero y
recogió la pizza. Luego, cerró la puerta.
—Por un momento, pensé que habías llamado a la policía.
—No —dijo ella sumisa.
—Ni se te ocurra hacerlo porque te mato, ¿eh? —le dijo su
marido mientras la agarraba de las mejillas con tanta fuerza que ella apenas
podía escaparse.
Estaban todos sentados en el sofá, cuando apareció Lucas,
el hijo pequeño de la pareja y corrió hacia su madre:
—Mamá, ¡tienes pupa!
—No te preocupes Lucas, estoy bien —dijo Sara y lo abrazó.
Cenaban pizza mientras el padre, bebía una cerveza tras
otra sentado en su butaca viendo la televisión.
Sara y sus hijos estaban muy asustados, unidos los tres.
Pero, ¡algo los interrumpió! ¡un fuerte ruido que provenía
de la cocina!
—¿Qué ha sido ese ruido? —preguntó el padre.
—No sé. Yo no he escuchado nada —contestó Sara.
—¡Serán ladrones! —exclamó Iker asustado.
—Iré a echar un vistazo —propuso el padre y se alejó.
Cuando apareció por la cocina, todo parecía estar en orden
hasta que el policía que estaba escondido detrás de la puerta, se abalanzó
sobre él. El repartidor de pizzas, apareció por la galería y entre los dos
pudieron aplacarlo, ponerle las esposas y llevárselo a la comisaría.
—¡Ya lo tenemos! —dijo uno de los policías.
Entonces, suspiré y me dejé caer sobre mi silla, aliviada
de haber conseguido ayudar a Sara.
Ufff k realidad más dura hija habra tantas personas sufriendo como Sara..
ResponderEliminar.
Además de verdad😔 ¡Gracias por tu comentario guapísima!😘😘
EliminarMuy buen relato, de como todos los que escribes. Pero la realidad por desgracia no siempre acaba "bien", muchas Saras "no pueden" salir de esa tortura y su angustia se pierde en el tiempo y acaban con sus vidas y la de sus hijos. Un abrazo enorme guapísima! 🫂😘💜
ResponderEliminar¡Tienes razón! Por desgracia el final para muchas es muchísimo peor😔 ¡Ojalá algún día el mundo de un giro y cambien las cosas... ¡un besazo y gracias por comentar!🤗🤗
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