jueves, 8 de septiembre de 2022

LIBELUCHI Y LIBEZUL (Relato Infantil de Fantasía)

Habían pasado muchos años de lo ocurrido, Carlota era ya una anciana cuando explicaba a sus nietos Fer y Ana una historia llena de magia y fantasía.

—¿Os acordáis cuando fuimos a pasear el otro día en las barcas que hay en el lago?
—Sííí —exclamaron los pequeños.
—Pues os voy a contar una historia muy curiosa...

Los niños la escuchaban con atención mientras comían el bizcocho de chocolate que había preparado su abuela.

—Hace muuuuchos años, en un pueblecito pequeño como el nuestro vivía una niña de siete años a la que le encantaba visitar el lago de su pueblo. Allí disfrutaba de largos paseos en barca y además daba de comer mollas de pan a los patos. ¡Sus preferidos eran aquellos que tenían el cuello y la cabeza de color verde! 

—¿Te refieres a esos patos que brillan con el sol abuela? —la interrumpió Fer.

—Esos mismos —contestó la abuela sonriente —. Cada domingo visitaba el lago, pero aquel domingo fue diferente. La niña estaba en la barca junto a sus padres que remaban con mucha fuerza y de pronto apareció muy cerca de ellos una libélula de color rosa. 

—¡Mi color preferido! —exclamó Ana.

La abuela asintió con la cabeza y siguió explicándoles la historia.


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—La pequeña no pudo evitar sacar un pequeño frasco de cristal vacío que llevaba en su bolsillo y levantarse para intentar cogerla. Pero sus padres enseguida la invitaron a sentarse de nuevo, pues la barca se movía demasiado y podían caerse al agua. Al sentarse, vio un pequeño destello de luz bajo el agua. Tanto se acercó al agua para contemplarlo que se mojó el flequillo. Y al mojarse el flequillo...

—Se convirtió en enana. ¡Seguro! —exclamó Fer. Cuya imaginación no tenía límites.

—No. ¡Sus pelos se volvieron brillantes y de color rosa! Y en un abrir y cerrar de ojos se vio en un mundo totalmente diferente. Estaba sentada en una gran silla, en realidad era un... un.... un... ¡UN TRONO! Y ella era... ¡LA REINA DE LAS LIBELULAS!

—¡Uau! —exclamaron Fer y Ana.

—La niña asustada comenzó a reír y reír, no podía parar. Hasta que apareció ella.

—¿Quién? —preguntó Ana intrigadísima.

—Libeluchi.

—Libe... ¿Qué abuela?

—Libeluchi. Era una libélula gigante con dos grandes alas de color rosa y cada vez que las movía lo llenaba todo de purpurina. Pero... de pronto sus alas ya no tenían purpurina y estaba triste, muuuuuy triste. Lloraba y lloraba sin parar. Hasta que dijo:

—Me llamo Libeluchi y... ¡Jamás recuperaré mi purpurina! Libezul tiene la culpa.

La niña no sabía qué hacer ni que decir.  Así que decidió salir corriendo sin rumbo alguno hasta que por casualidad llegó a él... ¡Allí estaba Libezul! Permanecía junto a un riachuelo, contemplándose taaan presumido como siempre. Sus alas brillaban más que nunca y la niña enseguida comprendió por qué.

—¿Crees que está bien lo que has hecho? Pretendías ser el mejor, el más guapo y brillante y... ¿cómo lo conseguiste? ¡Dañando a Libeluchi!

Libezul empezó a reírse a carcajadas y miró a la niña con desprecio.

—No te saldrás con la tuya —le dijo la niña decidida.

— ¿Ah no? Eso lo dices tú pero en realidad yo siempre me salgo con la mía —dijo y volvió a reír con aquella carcajada taaan desagradable.

—¿Quieres brillar de verdad? —Libezul la miró desconfiado y ella sacó de su bolsillo un botecito lleno de purpurina dorada —. ¿Ves este frasco? Está lleno de brillo dorado, te hará más elegante.


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A Libezul se le pusieron los ojos taaan grandes como naranjas y quiso robarle el bote preso de su avarícia. Pero, la niña fue más hábil y escondió de nuevo el bote.

—Será tuyo sí, pero primero debes devolverme el brillo de Libeluchi —dijo al mismo tiempo que le tendía un bote vacío abierto.

Libezul dudó durante un laaaaargo rato y de pronto empezó a mover sus alas con todas sus fuerzas desprendiéndose así del brillo que había robado. El bote vacío se llenó rapidísimo y a cambio la niña le dio a Libezul el bote de purpurina dorada. 

—Y la próxima vez piensa que puedes ser feliz sin dañar a los demás, ¿me oyes?

Libezul desvió su mirada hacia otro lado avergonzado y comprendió que no debía hacer daño a los demás para conseguir aquello que deseaba y ser feliz. Pues si se unían y se respetaban podían ayudarse y conseguirlo de todos modos. ¡La felicidad de multiplicaría y sería mayor!

—¿Y entonces abuela Libeluchi volvió a brillar? —preguntó Ana.

—¡Sííí! ¡Todos brillaron!

Y justo en aquel momento, cuando Carlota terminó de explicar el cuento a sus nietos sacó una cosa del bolsillo.

—Esto es para vosotros. ¡Es un regalo muy especial!

—Pero, abuela... este frasco... —empezó a decir Fer.

La abuela asintió y sonrió. Ana no entendía nada, hasta que su hermano exclamó:

—Abuela, ¡tú eras esa niña!

—¿De verdad abuela? ¿Tu salvaste a Libeluchi y conseguiste que Libezul fuera bueno? —preguntó sorprendida su nieta.

—Así es — dijo la abuela, sonrió y los abrazó.

Escrito por: Yolanda Martínez Duarte.








2 comentarios:

  1. Hermoso relato preciosa. Como siempre lleno de sabiduría, valores y amor. Gran imaginación la ruta. Tienes un colom en tu cabeza guapa!! Aprovecha y saca partido de ello. Un abrazo enorme guapísima! 💜😘

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    1. ¡Hola guapísima! Muchisimas gracias por tu comentario, me anima muchisimo para seguir escribiendo🤗🤗 muchos besos😘😘

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