jueves, 21 de abril de 2022

LUZ MARÍA (1ª parte)

 Tumbada en la cama del hospital, se debatía entre la vida y la muerte.

Allí estaba Luz María, una anciana de noventa y cinco años, haciendo un pulso con la muerte. Los médicos no le habían dado más que veinticuatro horas de vida y... ¡las había superado! 

Estaba cada vez más débil, pero se resistía. Ella, había hecho una promesa hacía mucho tiempo. El día que la muerte picase a su puerta, se iría pero sólo con una condición, acompañada de todos sus familiares. Esto incluía a: sus cinco hijos, diez nietos y cuatro biznietos.

Tres días después de que los médicos hubieran informado a la familia de que a Luz María sólo le quedaban veinticuatro horas de vida, sus hijos decidieron reunir a toda la familia para cumplir así con el deseo de su madre.

Ya estaban prácticamente todos, sólo faltaba Fabiola la biznieta más mayor de todos.

—Fabiola, por favor tu bisabuela se está muriendo. Apresúrate en llegar, está cada vez más débil y no sé si aguantará... —le decía su madre a través de una llamada telefónica.

—Mamá, estoy en el aeropuerto. Hago todo lo que puedo, cogeré el primer avión que salga hacia allí —contestó la joven.

Cuando colgó el teléfono. Fabiola, miró el billete de avión que sostenía en sus manos y susurró:


Imagen de Google

—Bisabuela espérame por favor.

Y una lágrima recorrió su mejilla. Fabiola, vivía en Roma desde hacía tres años por motivos de trabajo.

La espera se le hizo eterna. Pero, por fin anunciaron su vuelo. Fue de las primeras en entrar al avión y cuando se sentó en su asiento se santiguó como era costumbre en ella cada vez que cogía un avión. Algo que le había enseñado su bisabuela desde niña.

Después respiró muy profundo y sonrió esperanzada por llegar a tiempo a su destino y poder ver a Luz María con vida.

Cuando llegó al aeropuerto de Sevilla, cogió un taxi que la llevaría directa a su destino, el Hospital Virgen del Rocío.

—Por favor aligere que mi bisabuela se  está muriendo —dijo la joven al conductor.

—Hago tó lo que puedo mozita —contestó el taxista.

Fabiola sonrió discretamente. Hacía mucho tiempo que no tenía la oportunidad de escuchar el acento andaluz que tanto le había gustado siempre y se dio cuenta de lo mucho que lo había echado de menos.

Sonó de nuevo su teléfono, Fabiola miró la pantalla, donde aparecía "MAMA", se temió lo peor. Tardó en contestar a la llamada por miedo a que su madre le diera malas noticias.

—Dime mamá —contestó al fin con la voz entrecortada.

—¿Ya estás en Sevilla?

—Sí.

—Vale. Es que Luz María... 


Escrito por: Yolanda Martínez Duarte.

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