miércoles, 8 de septiembre de 2021

LA CASA GRANDE (2ª PARTE)

Aquel día, Luca estaba pletórico, era su cumpleaños y cumplía veinte años. Todos sus amigos, ya los habían cumplido y esperaban a que él también lo hiciera para poder cumplir con el trato que hicieron de niños, cuando tan sólo tenían diez años.


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Estaban todos en su casa, celebrándolo con una gran fiesta, cuando llegó el momento del pastel.

—Luca, recuerda pedir un deseo antes de soplar las velas —le dijo su madre.

—Sí, mamá —vaciló un momento pensativo y sopló.

La vela se apagó enseguida, los cuatro jóvenes se miraron y sonrieron cómplices. Sabían que... ¡el deseo se cumpliría pronto!

A la noche, cuando la fiesta ya había acabado, decidieron ir a dar un paseo. Tenían muy claro el destino al que querían llegar.

Y... ¡llegaron! 

Allí estaban los cuatro, de pie frente a la casa observándola con atención. 

Estaba todo muy oscuro. Aquella noche, había luna llena y su luz recaía sobre la casa destacando su silueta. ¡Parecía más grande que nunca! 

Edu, probó de abrir la reja que había en la entrada y que daba acceso al jardín. Le dio un pequeño empujoncito y se abrió, emitiendo un sonido algo estridente que les puso los pelos de punta.

—¡Vamos! —propuso Edu.

Y así lo hicieron, Luca, Sara y Mario lo siguieron hasta llegar a la puerta principal. Se sorprendieron, ¡la puerta estaba abierta! Así que, entraron despacio sin hacer demasiado ruido. Estaban expectantes y muy intrigados por lo que pudieran encontrarse allí dentro.

—¡Buff! ¡Qué mal huele! —exclamó Mario.

—¿Qué esperabas? Esta casa, lleva muchísimos años cerrada —dijo Luca.

Fueron avanzando, poco a poco, sin separarse. 

Todo estaba oscuro, apenas podían ver por donde caminaban. Se guiaban por la escasa luz de la luna que entraba por las ventanas, cuyos cristales estaban empañados por una gruesa capa de polvo.

Los sobresaltó un fuerte ruido en la cocina, seguido de un portazo.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Sara muy asustada.

—Ha sido por allí... —señaló Luca.

—¡Vayamos a ver! —propuso Edu.

Cuando por fin llegaron a la cocina, descubrieron toda una vajilla de platos y vasos de cerámica rota en el suelo.


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Justo en ese momento... ¡la luz se encendió! ¡Se apagó! ¡Se volvió a encender! ¡Se volvió a apagar!

Los jóvenes, se quedaron paralizados, no daban crédito a lo que estaba sucediendo. ¿Cómo era posible?

—¿Habéis escuchado eso? —preguntó Mario.

—¿El qué? —preguntaron el resto pues ellos, no habían escuchado nada,

—Shhh... ¡escuchad!

Todos, se quedaron en silencio y entonces pudieron oír algo... sonaba muy bajito como si el sonido estuviera lejos de la cocina. 

Mario, empezó a avanzar hacia el sonido, pasando por un pasillo largo que llevaba al salón.

—Mario, no es buena idea. ¡Será mejor que nos vayamos! —propuso Sara. 

Todo aquello, empezaba a darle muy mala espina.

—¡No pasará nada Sara! —le dijo Edu y la cogió de la mano para que se tranquilizara.

Todos, siguieron a Mario. Se pararon justo a la mitad del pasillo, desde allí se escuchaba perfectamente el sonido.

—¡Son risas! Lo que habíamos escuchado antes, son risas de... ¿niños? —susurró Mario.

—Parece que vienen de allí —dijo Edu señalando el salón.

—¿Y esa luz que parpadea, qué será? —preguntó Sara.

—¡Vayamos a ver! —propuso Luca intrigado.

Siguieron avanzando, hasta llegar al salón. Allí, descubrieron que la televisión estaba encendida.

—Pero, ¿no se decía que en esta casa no vivía nadie? —preguntó Luca.

—Eso decían, sí —contestó Mario.

—No entiendo nada —dijo Luca.

Justo en ese momento... ¡LA PUERTA DEL SALÓN SE CERRÓ!

Escrito por: Yolanda Martínez Duarte

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