martes, 25 de octubre de 2022

POR TI, POR TU TÍMIDA SONRISA

 


Imagen de Google

Desirée adoraba los niños desde que era pequeña. Y por ello, decidió estudiar magisterio; era buena estudiante así que no tardó mucho en sacarse la titulación.

Al poco tiempo de terminar sus estudios encontró trabajo en un colegio de Málaga. Llevaba cinco años trabajando allí cuando conoció a Jenny.

Jenny era una de sus alumnas, tenía nueve años y pasaba muy desapercibida para todos. Bueno, para todos no porque Desirée siempre procuraba estar pendiente de ella. Desde el principio, se había percatado que Jenny tenía cierta oscuridad poco habitual en los niños de su edad; nunca sonreía, su mirada transmitía un vacío muy grande, siempre estaba cansada y en el patio nunca jugaba con nadie. ¡Le gustaba la soledad! Y eso a Desirée la preocupaba. Así que poco a poco, con respeto y paciencia, fue acercándose a la niña con el objetivo de ayudarla. ¡Así era Desirée, se movía por impulsos y por el corazón! Sentía que la niña la necesitaba y no la dejaría sola ante algo que desconocía y que estaba claro, no le estaba haciendo ningún bien.

Jenny se mostraba reservada con Desirée. Pero, ésta no se rendía y era constante. ¡Sabía que acabaría ganándose su confianza!

Y así fue como a mitad de curso, Jenny se abrió un poquito más y empezó a hablar con su profesora. Incluso en los ratos de patio almorzaban juntas y compartían su afición por la lectura comentando las últimas novelas que habían leído. Sin embargo, aquella mirada oscura y vacía seguía aferrada en la pequeña y ¿su sonrisa? ¡Seguía sin aparecer!

Un día, Desiréé decidió envalentarse y hacerle una pregunta:

-         ¿Va todo bien Jenny? ¿Eres feliz?

La pequeña la miró de repente con aquellos preciosos ojos verdes que tenía. ¡En su mirada había un diminuto destello de luz que intentaba brillar entre la inmensa oscuridad!

Después, se levantó y salió corriendo atemorizada buscando donde esconderse.

Finalmente, se refugió en uno de los lavabos y sólo después de asegurarse que no había nadie, lloró desconsoladamente.


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No era la primera vez que la pequeña se escondía allí. Desirée lo sabía y decidió ir en su búsqueda; entró, discretamente, sin hacer demasiado ruido y esperó apoyada en la pared que había justo enfrente de los váteres que quedaban escondidos tras una pared.

Jenny no se había percatado de su visita y seguía llorando sin poder parar. El dolor que había en su interior era demasiado grande como para dejar hacerlo. Desirée no soportaba escuchar aquel llanto desconsolado, se le rompía el corazón. Por un momento pensó en tirar aquella puerta abajo y consolar a la pequeña. Pero… ¡NO! ¡Esa no era una buena idea! ¿Por qué? Porque la niña se sentiría invadida y ya no confiaría en ella nunca más.

Esperó, esperó y esperó…

De pronto, sonó la sirena que indicaba que la hora del recreo había llegado a su fin y todos los alumnos regresaron a sus aulas.
Justo en ese momento, la puerta de uno de los váteres se abrió con lentitud y tras ella apareció Jenny ,con el rostro pálido, secándose las últimas lágrimas con la manga de su suéter.

Desirée se incorporó de inmediato y abrió sus brazos. La niña la miró tímida y le preguntó:

-¿Llevas mucho rato aquí?

-El suficiente para saber que me importas mucho más de lo que pensaba y que quiero ayudarte.

La pequeña no dijo nada más, sólo sonrió tímidamente. Después, se acercó a Desirée y se refugió en sus brazos. Fue en ese momento cuando descubrió algo… ¡Una nueva sensación! ¡Un nuevo sentimiento!

-Gracias -susurró.

Desirée sólo pudo abrazarla más fuerte.

Después regresaron de nuevo a su aula y antes de entrar la pequeña volvió a sonreír con timidez y le propuso:

-Mañana, si quieres, podemos almorzar juntas en el patio.

-¡Claro que sí!

Y en ese momento, el pequeño destello de luz, que había en la mirada de Jenny, brilló.

Al día siguiente, Desirée había preparado unas madalenas caseras cuya receta se la había enseñado su abuela. Siempre que las hacía recordaba aquellos momentos de su infancia en los que acababan llenas de harina… ¡Hasta el pelo! Era tan divertido.

Estaba contenta porque de nuevo podría almorzar con Jenny. ¿Confiaría, por fin, en ella para explicarle aquello que escondía en su interior y que tanto daño le estaba haciendo? Por un momento, Desirée pensó que sí. Pues, algo había cambiado entre ellas desde el día anterior. ¡Sentía que estaban más unidas!

Pero, se llevó una grata sorpresa cuando al iniciar sus clases por la mañana vio su silla vacía. ¡Jenny no había venido!


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Intentó no darle importancia. Pasaban los días y Jenny seguía sin asistir al colegio. Desirée, preocupada, llamó a su casa; nadie cogió el teléfono. Aquel silencio empezaba a incomodarla, presentía que algo no iba bien. Pero, ¿qué era?

No fue hasta un mes después que la pequeña regresó al colegio. Volvió diferente, más delgada, pálida y ojerosa; de nuevo distante y ausente. Lo poquito que había conseguido Desirée en ella había desaparecido por completo, incluso aquel rayito de luz en su mirada.  Pero, Desirée no se rindió y apostó de nuevo por ella. Esta vez, aún con más fuerzas.

Aquel mismo día, en el patio, Desirée se acercó a la pequeña con una bolsita repleta de cruasanes de chocolate. Se sentó a su lado, abrió la bolsa y le ofreció. Al principio, la niña se mostró tímida y reservada. Desirée sonrió y le guiñó un ojo invitándole a coger uno y la pequeña por fin se animó y lo cogió.

-¡Puedes comer todos los que quieras!

-Gracias.

-Te he echado mucho de menos -le dijo Desirée mientras comía un cruasán.

-Yo también. ¡He estado muy malita!

-¿Enfermaste?

Se hizo un largo e incómodo silencio.

-No -tragó el último trozo del cruasán -. Me caí por las escaleras de casa y me rompí dos costillas.

Y justo en ese momento, Desirée sintió una punzada muy intensa en su interior.

-¿Te caíste? -Desirée no supo que más decir.

-Sí, me pisé el cordón y caí -contestó la pequeña sin mirarla a los ojos.

En aquel momento, Desirée cogió su mano con delicadeza. La pequeña la miró tímida.

-Sabes que puedes contármelo.

La pequeña asintió y sonrió. Se hizo un largo silencio, pero esta vez resultó ser un silencio agradable que aportaba paz.

-No tropecé con el cordón… -suspiró -. Mi mamá me tiró por la escalera. Papá bebe mucho, siempre está borracho y pega a mamá. Ella dice que yo tengo la culpa de todo y entonces me castiga.

Desirée sintió como un cuchillo atravesaba su corazón. Abrazó a la pequeña y le dijo:


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-Gracias por explicármelo. ¡Te ayudaré! -dejó de abrazarla y con sus manos rodeó aquella carita llena de inocencia -. Pero, antes necesito que sepas una cosa Jenny.

La niña la miraba con atención.

-Los problemas de los adultos son de los adultos. Los niños no tenéis la culpa de que existan esos problemas y por tanto, tú no eres culpable de que tus padres tengan esos problemas. ¿Me oyes? -Jenny asintió mientras las lágrimas brotaban de sus ojos en silencio -Eres una niña muy especial y mereces ser feliz.

La niña se aferró con fuerzas a Desirée y entre sollozos le susurró:

-Yo quiero una mamá como tu, que me quiera de verdad y me cuide.

-¡Lucharé por conseguírtela!

Permanecieron abrazas un largo rato. Desde aquel momento, Desirée comprendió que debía activar el protocolo escolar que había establecido para casos como éste y se propuso adoptar a Jenny. ¡Lucharía todo lo que fuera necesario hasta conseguirlo! Ambas merecían ser felices, Jenny necesitaba una nueva familia y Desirée, ansiaba ser madre y no lograba quedarse embarazada. Así que, había llegado el momento de… ¡Empezar de cero!

Escrito por: Yolanda Martínez Duarte





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